[…] hay personas que nos hacen reír aunque no se lo propongan, lo logran sobre todo porque nos dan contento con su presencia y así nos basta para soltar la risa con muy poco, solo con verlas y estar en su compañía y oírlas, aunque no estén diciendo nada del otro mundo o incluso empalmen tonterías y guasas deliberadamente, que sin embargo nos caen todas en gracia.

Javier Marías, Los enamoramientos

♫ Nobody’s Heart (Belongs to Me)

 

A N., que ahora está sufriendo.

 
Hay personas que nos alegran. Imposible saber por qué ellas y no otras hacen que nos brote una sonrisa con solo verlas aparecer tras una puerta, oir su voz al otro lado del teléfono o recibir un correo con su nombre. Consiguen hacernos felices incluso en los momentos tristes, porque la felicidad no siempre es alegre, como creen algunos. También entre el bullicio, porque las sentimos y el saber que están ahí nos da fuerzas. Pero cuando mejor demuestran su casi mágico poder es cuando estamos contentos y creemos tenerlo todo, hasta que él o ella se asoma a nuestra vida y sabemos entonces que antes, en el instante mismo que precedió a su presencia, todo era imperfecto.

Ocurrió una mañana de la pasada semana, en la que llovió de forma especialmente furiosa y el viento tiró las plantas que un día puse a la entrada de casa y a las que debe cuidar una mano invisible, porque a pesar de mi poca atención no solo siguen vivas, sino que crecen y se reproducen con una eficiencia que impresiona. Salí entonces a colocar la maceta de un Ficus benjamina que se ha dedicado estos últimos años a volverse alto pero no robusto y cede al más pequeño embate del aire mañanero y al regresar, helada tras solo unos instantes de intemperie, decidí prepararme un café y subí contenta y veloz a refugiarme en el estudio para escribir un texto que había dejado a medias. Entonces le vi. Una línea de texto me indicaba su presencia, en algún lugar del mundo. Y su nombre, expectante, me ayudó a acabar la historia de palabras y olvido que tenía pendiente. No sé si le hubiese dado un final triste de no verle, pero viéndole ya no podía.


 
Añoro los días sin tiempo de la infancia. Sin esclavitudes serviles, libre, porque las obligaciones iban ligadas siempre a un aprendizaje necesario: hacer los deberes tras la merienda, lavarse las manos antes de comer, acostarse temprano para sentirse bien al día siguiente… Sin embargo ahora ¡cuántas veces siento que las horas se escurren entre mis dedos, se precipitan al vacío, parecen pasar sin que nada ocurra ahí fuera! Todo sucede dentro, donde habitan las palabras. Y nada existe si no se nombra.

No suelo contestar insultos ni desaires, porque sé que si le pongo palabras al reproche ya no podré olvidar la ofensa y el desencuentro será definitivo. Pero siempre puede ser el otro quien levante el muro infranqueable, porque el silencio envalentona a los cobardes. Sin embargo, he visto últimamente como gente que se malquiso, pero nunca se lo dijo, intentaba un reencuentro necesario. Alguien le llamaría a eso hipocresía. Yo no. Creo que si no hablaron fue por algo, que debían quererse todavía y no deseaban renunciar a que ese afecto un día rebrotase. Me alegro por ellos y espero que cuiden la fragilidad del nuevo vínculo y lo fortalezcan.

Sin embargo, es la palabra la que nos hace libres, porque nos acerca a la verdad. Y la verdad es lo único que puede conseguir que nos enamoremos de la vida.
 

¡Feliz domingo, socios!