Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: ‘Dime con quién andas, decirte he quién eres’, y el otro de ‘No con quien naces, sino con quien paces’
Miguel de Cervantes (en boca de Sancho Panza)
No os miento si os digo que hoy quería hablar aquí de culpa y responsabilidad. Más concretamente de la suerte de heroicidad que significa asumir la responsabilidad de un error, cuando no hay ni la posibilidad más remota de que sea culpa nuestra. Es un tema al que ando dándole vueltas desde hace días, tal vez porque me acerco a un nuevo comienzo (¡otro más! hay que ver lo que me gusta a mí complicarme la vida), que no por deseado deja de ser una incógnita, y eso me provoca la inquietud lógica de todo lo que nos es desconocido. En momentos así, tiendo a pensar en asuntos graves, complejos y transcendentes, supongo que con la intención de que, en comparación, mis pequeños temores cotidianos parezcan diminutos.
Entonces, justo cuando iba a ponerme a escribir esta entrada, he abierto un correo en el que alguien muy querido -y que, además, me conoce bien- me decía una de las cosas más bonitas que, según mi propia escala de valores, se le pueden decir a una persona: «creo que no me fallarás nunca». Decía más, claro, pero esa ha sido la frase más importante, porque sé que me agarraré a ella los próximos días, cuando, rodeada de desconocidos, la vida (quizás) me induzca a dudar de mí misma.
Hay personas que consiguen que desconfíes de tu propia bondad y otras que te empujan hacia ella. Eso no significa que los primeros no te quieran, pero sí significa que los otros, los que hacen que seas la mejor persona que puedes ser, te quieren bien.
Así que hoy, gracias a esa sencilla combinación de palabras, me he olvidado de lo que pensaba decir sobre la culpa y la responsabilidad y me he concentrado en recordar cuántas veces eso, que alguien me quiera bien, me ha salvado de lo que me deparaba la vida…
El jueves de esta semana, empecé por fin -aunque en el fondo, el motivo me ponga nerviosa ¡maldito perfeccionismo!- a levantarme a una hora razonable.
Salgo de casa todavía de noche, pero veo encenderse la ciudad detrás mío, como si yo aventajase al amanecer apenas unos metros, en una carrera del todo inconcebible. Me gusta disfrutar de esos momentos, con el sol a mis espaldas, dispuesto a lanzar sobre mí el día, como una manta cálida.
Regreso donde me marché, pero, como todo el mundo sabe (yo también, yo más que nadie, yo no puedo engañarme diciendo que no lo sabía), es imposible volver al mismo sitio.
Recuerdo otros inicios y acepto que la edad nos vuelve más incrédulos, más prudentes, más perezosos… Y si me acobardo (que sí, a veces me acobardo), anclo mi pensamiento en el objetivo de esta nueva etapa personal, que no es otro que el de lograr la tranquilidad necesaria para construir un espacio vital, donde ordenar todas esas historias que llevo años amontonando en mi cabeza, antes de que se evaporen en una nube de olvido. O antes de que yo pierda las fuerzas y las ganas de contarlas.
A veces temo que no estén ya ahí cuando vaya a buscarlas. Por eso debo darme prisa y superar cuanto antes la marabunta de los próximos días.
Luego podré dedicarme a las palabras y correré hacia ellas, ganándole la carrera al tiempo. De nuevo, a la velocidad de la luz.
¡Feliz domingo, socios!
Creo que o uno cuenta las historias de su «cabeza», o alguien las «encontrará» y las contará por ti … siempre he tenido esa sensación … nada se queda sin contar …
¡Feliz semana!
Sí, Juana, nada se queda sin contar, pero hay momentos en los que escribir es una opción y otros en los que se convierte en una necesidad. Yo ando ahora viviendo uno de esos últimos que te comento. No es contar para ser oído, es contar para oírse… ni siquiera sé si eso es bueno o malo, pero así es.
¡Un abrazo!
Casi opino como Juana, alguien las encuentra, nada queda sin contar. Aunque la perspectiva siempre será otra, claro, pero eso también pasa aunque la cuente quien la vive.
Feliz nueva etapa!
No solo creo que, efectivamente, la perspectiva del que no lo ha vivido es otra, es que opino que, a veces, la distancia sirve para poder reproducir con más fidelidad los hechos… De todos modos, escribir es mentir, así que seguro que el transcurrir del tiempo, con las deformaciones que conlleva el recuerdo selectivo, representa un beneficio.
No hay prisa. Lo que no deseo es que haya pausa 🙂
¡Un abrazo, Isabel!