F.C. (2011)
Goizian Argi Hastian, Ainhoa Arteta


La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más.
No había amanecido todavía cuando me puse la gabardina y mi sombrero nuevo, me colgué el bolso del hombro y salí de casa con destino a la estación. Barcelona me despidió con el frío de la humedad y de la lluvia terca que se resiste a dejarnos. En el Mediterráneo las nubes no saben llover. Siempre es un diluvio.
Me esperaba uno de esos largos viajes en tren que solo los que me conocen entienden. Pasado Lleida, quedamos en el vagón 3 personas, el silencio y un dulce traquetreo que nos mecía y nos llevaba hasta Bilbao. Por una vez, ir al norte era ir hacia el sol.
Siempre que puedo (el trabajo no me acorrala hasta el punto de no dejarme disfrutar de los lugares a los que me acerca) añado unas gotas de felicidad a los viajes y esta vez lo llevaba tiempo planeando. Antonio López se escapó de Madrid poco antes de llegar yo y sabiendo que estaba en el Museo de Bellas Artes, ver la exposición fue un regalo que me hice a mí misma y adapté mi estancia en la ciudad para poder disfrutar de su obra.
Acababa de aprender (por fortuna siempre ando aprendiendo) que en este mundo laboral al que no hace tanto que llegué, hay peces grandes que no intentan comerse a los pequeños, y eso (y la sospecha de una amistad que empieza ¿qué otra cosa puede brotar de la admiración y la confianza mutua?) me hacía estar contenta, con esa alegría serena que te da el sentir el respeto de los que, dándotelo, lo ganan para ellos. Con ese ánimo me lancé a las calles de la ciudad el jueves, predispuesta a ver lo bonito que allí había, subí las escaleras que me llevaban a Begoña y atravesé ese pasadizo mágico que lleva hasta sus puertas. Dentro, el bálsamo del silencio.
En el Museo me esperaba un Antonio López sorprendente. Más allá de sus calles madrileñas y de sus paisajes manchegos (reconocí la calle de Santa Rita y la verja de Lorencete y fue entonces cuando me enamoré de Antonio y cuando supe que sería para siempre), disfruté sus cuadros de interiores y sus esculturas. Al salir de allí me sentí con la mirada nueva, como esa mujer de Coslada que emerge de la tierra y se levanta a ver el mundo, como esa Eva que estrena los ojos contemplando el cielo…
Hice la ida y la vuelta con Stegner y su pájaro espectador. No me había acabado de gustar “En lugar seguro”, tal vez porque he conocido a personas demasiado parecidas a la protagonista y solo fui capaz de ver su lado oscuro, pero “El pájaro espectador”… ¡qué maravillosa novela! Cómo nos acercan esas vidas imaginarias a la otra, la de verdad…
“Era una noche tranquila y neblinosa, la luna estaba casi en vertical sobre mi cabeza, con un halo color perla alrededor. Caminé arriba y abajo por el asfalto de la entrada apretando los dientes, con lágrimas en los ojos: Marcus Aurelius Allston, el pájaro espectador, a quien le habían arrancado las plumas en un juego en el que se creía protegido por la cláusula del abuelo. Aquella otra noche, la noche de San Juan de hacía veinte años, trató de ocupar su cabeza en otros pensamientos igual que la luz de la luna iba ocupando la cima de la colina hacia donde caminaba”
Acabé la historia poco antes de llegar a Barcelona. Era ya noche cerrada. Otra vez la destemplanza. Me encasqueté el gorro y eché a andar, pensando en Stegner y en los pájaros nocturnos.
Se respira quietud
en cualquier copa de árbol
difícilmente percibirás un soplo.
Los pájaros, los montes.
Pronto tú también hallarás la paz.

Johann Wolfgang von Goethe
Recita ella y él reflexiona. Marcus cree que siempre “[…] hay posibilidad de elegir entre lo mejor y lo peor, lo malo y lo bueno, lo bueno y lo bueno.” Yo también lo creo.
El jueves me acosté y soñé con las posibilidades que abandonamos y que nos abandonan. Soñé con la vida.
………….
Soy de las que piensan que la felicidad es un rayo que te alcanza y dura lo que el relámpago unas veces, mientras que otras se instala en tu vida, como la lluvia suave, esa que parece que nunca va a acabar… pero que acaba. Nunca sabemos cuando llegará, ni cuando se irá. Tampoco siempre podemos aceptarla. Porque le encanta ser inoportuna. Llega y te llama con su voz envolvente, justo en el momento en el que sabe que no puedes seguirla sin sacrificar algo o a alguien. La felicidad necesita ofrendas, como los dioses griegos: pide lo más preciado, lo más querido; sacrificios humanos casi siempre.

En realidad no sé (¿quién puede decir que sabe?) casi nada de la felicidad, solo que si la persigues se escapa y si te detienes y das la vuelta, si renuncias… a veces, te mira de frente y abre, para ti, las puertas del Paraíso.

………

Regreso ahora del colegio electoral. Al final (he dudado como nunca antes) me he decidido por la misma opción que elegí la primera vez que tuve derecho a votar en unas elecciones, aunque ahora se esconda bajo otras siglas, más complejas, como si aspirar a la justicia social ya no fuese suficiente.

¡Qué distinta la emoción con la que corrí entonces a las urnas del hastío con el que me he acercado hoy!… menos mal que cada día que pasa conozco más idealistas, más soñadores con ganas de cambiar el mundo… ellos me hacen pensar que, tal vez, todavía haya esperanza.

¡Feliz domingo, socios!
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