Y atar no intentes a la mariposa,
ni escalar setos del arrobamiento.
Hallar descanso en lo inseguro
está en el mismo ser de la alegría.Emily Dickinson
Hoy parece que amanece con ganas de llover, pero ayer hacía sol y el cielo todavía recuerda el azul intenso con el que se adornaba. Fue además uno de esos días en los que una se permite quererse y se cuida. Yo lo hice yendo a un estreno que me dejó un sabor agridulce y reponiendo existencias de esa fragancia secreta que me anima y me arruina a partes iguales. Y comprándome unas camperas (R. estaría contenta, tras muchos años di con ellas y recordé aquella tarde en la que la agoté buscando lo imposible y ella maldijo la exactitud con la que yo había imaginado el calzado que habría de servirme para recorrer el mundo y ahora, con mucha menos vida por delante, lo que hace es rejuvenecerme con solo mirarlo).
No sé si fue por las botas de siete leguas que me llevaron de un golpe seco al pasado o porque volví a visitar la casa de alguien con quien compartí aquel tiempo y a la que ahora solo me unían las palabras y comprobé lo que ya sabía pero había olvidado: ella no está, ni estará más. Desconozco la razón, como digo, pero el caso es que el día acabó con una conversación primero entusiasta y enfrentada y luego más tranquila y comprensiva, donde se habló de lo inútiles que nos sentimos los padres cuando los hijos no aceptan lo único que podemos ofrecerles: nuestros errores abiertos en canal, para que urgen en ellos y aprendan algo, seguramente poco, pero lo suficiente para que sintamos que les ayudamos en su nueva vida adulta.
Me acordé entonces del hijo de la escritora ausente y de cuánto la echará de menos. Uno nunca debería quejarse, porque siempre hay un corazón donde la tristeza es más profunda.
Lo cierto es que salí a comprar champú y no encontré el que yo quería, pero ahora tengo una alfombra nueva en la que sentarme con las piernas cruzadas a escribir poemas en una libreta que acabo de estrenar. Tengo también un tarro de crema que huele ginebra y nuez moscada y un tubo lleno de brillos que prometen sonrisas mágicas. Volví a casa tras recorrer unas tiendas casi vacías, a pesar de que la ciudad entera está de saldo. El saqueo de algunos se nota ya por todas partes.
Antes había estado tomando un café con la bella sirena y charlando de un proyecto que ya empieza a ser real. Hay personas que sueñan con enamorarse y que su vida solo sirva para alimentar un amor que se torna enfermizo. Otras las observan y huyen dejando atrás, quizás, una oportunidad única de ser felices. Y como todo eso pasa en un mundo que se torna más sórdido cada día que pasa, me parece indispensable que nos aferremos a la belleza… Por eso yo, todavía optimista, confío en que nos salve la poesía.
¡Feliz domingo, socios!
Tal vez nos salva la poesía porque, como dicen por ahí, exige amantes entregados y, no se conforma con nenos …
¡Feliz domingo!
Una vez alguien me dijo «nunca te fíes de quien no conozca el valor de un aria o de un soneto». Y creo que en términos generales tenía razón, el que desprecia la sutileza de algo que solo es útil por la forma como reconforta el espíritu, no es de fiar.
Otro gallo nos cantaría si los que deciden hacia donde ha de ir nuestra historia, leyesen a Dickinson…
Un abrazo, Juana.