X.S.B. En Calella de Palafrugell, hace de eso muchos años. El jardín ya no existe… aquella joven tampoco.

Ma jeneusse fout l’camp. Françoise Hardy. (Spotify)

Para X.
Que hoy, 15 de agosto, sé que me echará en falta a su lado
Porque, aunque insiste en verme como ya no soy…
… la sigo queriendo mucho ¡y lo sabe!
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Ayer, intentando ordenar, me reencontré con una caja llena de fotografías mías de hacía años. En su día me debieron parecer feas y desenfocadas; eran esas que se descartan cuando se organiza un álbum para enseñar a los amigos y que acaban recordándole a uno mismo, pasados los años, quién se fue una vez. Hoy miro algunas que separé, de entre las que condené al ostracismo, y me alegra verme como no me gustó entonces: en unas despeinada y sonriente, en otras con los ojos rojos pero llenos de vida… en todas, joven.
No soy mucho de hacerme fotos; retratan un instante de la vida que jamás existió, porque nunca se percibe el dolor o la osadía que iluminó aquel momento y, al observarlas al cabo de unos años, tendemos a dulcificar el pasado… mientras volvemos el presente más amargo. Todo es mentira: yo entonces no era tan audaz como intenta reflejar mi mirada, ni mis caricias eran tan tiernas como promete la piel que contemplo en la fotografía… tan sólo era valiente, aunque nunca sabré si hice el mejor uso de aquella valentía.
Esa que parece tan segura, tal vez temblase por dentro, no recuerdo bien que emoción me animaba aquellos días, pero creo que una ruptura se hallaba próxima… en fin… ¡uno nunca se hace fotos llorando!.

La fotografía forma parte de una sesión que me hizo X. (una de mis casihermanas; llamarla sólo amiga sería faltar a la verdad), un verano en el que andaba ella con su reflex y yo con mis proyectos, tomando el sol junto al Mediterráneo. Tengo muchas de aquel día, con ropa y peinado diferentes. Justo en esta serie, me había recogido el pelo, para parecer mayor; debimos parar para intentar domar una greña rebelde… y mientras yo, en un gesto de pretérita coquetería, la intentaba recolocar, X. disparó la cámara.  

Sé que esa ya no soy yo y, sin embargo, ayer me puse triste pensando en lo que aquella joven prometía. A veces prefiero que la memoria me engañe al recordarme como era. La mujer de la foto parece poder dominar el mundo con una sonrisa; yo no podía, sé que no podía… y, sin embargo, me miro en el espejo y la veo allí, agazapada todavía, sonriéndome a veces, diciéndome «adelante, ¡lo conseguiremos!», aunque, para muchas cosas, seguramente ya sea demasiado tarde.

También veo el reflejo de la otra, la que no sale en la fotografía, la tímida, la callada, la del rubor fácil, la que prefería quedarse en casa leyendo y, en las fiestas, fumaba un cigarrillo tras otro para poder así esconderse tras el humo… la que pensaba «no me está mirando a mí… o me confunde con otra».  Pero de esa, en las fotografías de la caja de cartón, no quedó rastro, tal vez porque, después de todo, sabía que a ella no me haría falta recordarla… presiento que fue la que creció dentro de mí y va a quedarse, acompañándome, hasta el final.

¡Feliz domingo!
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Leí «Compañera de celda» de Ana Merino en 2008 (la descubrí por azar en una tarde de lluvia y librerías) y hoy me he tropezado con esta poesía suya. La otra, la que no sale en las fotos, escribía malas poesías, pero si alguna vez hubiese conseguido esbozar un buen poema, se podría o debería haber parecido a este:
Quedarme en casa…

Quedarme en casa,
sumergida en los pliegues de las horas,
y no esperar a nadie.

Que los ojos escuchen
y se olviden del mundo.

Que me arrope el silencio
y respire en mi nuca
su suave indiferencia.

Que vivir sea esto,
sin palabras de aguja
ni rodillas de llanto,

con el tiempo desnudo al borde de la cama
y mi boca dormida en su tímido beso.

Ana Merino. «Los días gemelos», 1997
www.elclubdelosdomingos.com