Es maravilloso ver con cuánto entusiasmo algunos hombres y mujeres de bien, personas que nunca han tenido que estar solas en toda la vida, ponderan las bondades de la soledad.
Una puerta que nunca encontré. Thomas Wolfe
Me avisaron de la librería para que fuese a recoger «Hacia otro verano» de Janet Frame y «La hija del optimista» de Eudora Welty y os prometo que fui con intención de no comprar nada más, he acumulado demasiados libros que esperan y merecen ser leídos, pero me topé con mi librero pelirrojo. “Acaba de llegar el último de Maeve Brennan, ese que buscabas este verano, antes de que lo publicasen siquiera”, me dijo sonriente. Luego hablamos de Thomas Wolfe y sin saber cómo me encontré entregándole a la cajera un ejemplar de «Una puerta que nunca encontré», la novela de la que dicen que es la secuela de «El niño perdido», a pesar de haber sido escrita antes. Esos cuatro autores que me hacen soñar con tardes en las que oiré la lluvia chocar contra los cristales, sentiré el primer escalofrío del otoño y me protegeré cobijándome bajo una manta ligera. Todavía hace calor.
Necesitaba una novela porque los relatos de Dylan Thomas son demasiado perfectos y dolorosos como para leerlos de un tirón y el ensayo sobre el amor en/a/por la literatura hay que paladearlo lentamente, así que hojeé (sin intención de seguir) la de Thomas Wolfe… ¡pero era pura poesía y no pude parar hasta acabarla!
Tiene razón el autor cuando dice que solo los que no conocen la soledad la mitifican, con una frivolidad que asusta.
A mí me gusta la soledad solo cuando es elegida y circunstancial, y tú sabes que en algún sitio alguien se alegraría si te acercases a verle. La gente que nos quiere es nuestro mayor tesoro.
Leí a Wolfe y entre la novela se traspapeló un enfado secreto con alguien que ni lo sospecha siquiera, porque no lo merece, pero a veces necesitamos culpar a otro de nuestros propios errores de cálculo, aunque el berrinche se me pasó en cuanto me metí en la historia. Los buenos libros sirven también para darnos la medida justa de las cosas.
Esta semana he pensado en alguien que está enfermo y al que tengo que espiar si quiero saber cómo le trata la vida, porque es la nuestra una amistad distante… Apenas nos saludábamos hasta un verano en el que a ella le partió el corazón un novio americano o inglés, no recuerdo bien ahora y, en medio del bochorno de Barcelona, solo encontró mi hombro para apoyarse. Creo que no había vuelto a acordarme de aquello, hasta que he leído a Wolfe y me ha venido a la cabeza que incluso los solitarios huimos de esa sensación devastadora de abandono, hasta el punto de hacer extrañas amistades con tal de alejarnos de esa otra persona que somos nosotros cuando estamos solos y tristes. Ella me llamó para escapar de su soledad en agosto y yo supongo que acudí por motivos parecidos. Llegó el frío y la amistad se acabó. Ahora creo que está sufriendo.
Me ha vuelto a pasar que ha llegado la madrugada y entre una cosa y otra no tenía escrito el post del domingo. De manera que hoy me he levantado de madrugada. El frescor y el silencio del amanecer del domingo no se parece a ningún otro, la noche es un desierto. Como la soledad.
¡Feliz domingo, socios!
Este verano he estado sola en casa durante 5 días, creo que no sirvo para vivir sola, lo que me gusta, es compartir mi vida con personas solitarias ….
¡Feliz domingo!
Cada día me sorprendes un poco más, Juana… ¡a mí me gusta eso también! ¡yo soy una persona solitaria! pero disfrutar de la soledad no significa que te guste sentirte sola ¿no? Aunque parezca una tontería, estoy segura de que tú me entiendes 🙂
Un abrazo virtual, amiga, a ver si podemos darnos uno de los de verdad pronto.
¡Hola! Yo siempre lo digo: soy un solitario con familia numerosa. Y entiendo lo que decís. Necesitamos la soledad pero solo porque es la forma que utilizamos para buscar a alguien o para encontrarnos con alguien (del pasado, por ejemplo, o del futuro, o de dentro de un rato…).
Me alegro de que el Club siga aquí, y más bonito.
Hola Enrique,
La soledad como forma de búsqueda de otro es una buena aproximación, sí, también como búsqueda de uno mismo, que mira que cuesta a veces reconocerse en la persona que ven los demás cuando nos miran…
Me alegro mucho de que te hayas pasado por el Club. Ven más.
Un abrazo.
Francesca:
Joder, mujer, qué bien escribes. Perdona que sea tan plasta, pero me encanta decirlo una y otra vez. Todo fluye de un modo tan natural mientras leo, que ¡¡da gusto!! Y lo he notado hoy más que en otras ocasiones porque hacía un tiempo que no me pasaba por aquí después de vacaciones y lios familiares de verano.
En cuanto a lo que cuentas en el post, me quedo con estas dos perlitas: «solo los que no conocen la soledad la mitifican, con una frivolidad que asusta» y «A mí me gusta la soledad solo cuando es elegida y circunstancial, y tú sabes que en algún sitio alguien se alegraría si te acercases a verle» => Totalmente de acuerdo.
Me ha gustado también el comentario de Juana: «compartir mi vida con personas solitarias»… jjjj… muy buena la paradoja.
Te diré de mí. Siempre he sido muy gregario, de estar rodeado de un montón de gente… pero en los últimos 10 años descubrí la soledad, la palpé y degusté. Después vinieron algunos viajes a los que me fui solo, y me di cuenta que me gustaba. Además, me alegra saber que no me asusta. Eso significa que me llevo bien conmigo mismo.
Un abrazo
¿Sabes que yo ni siquiera he ido nunca sola al cine? es una asignatura pendiente que creo que tengo, aunque a veces pienso que esta locura del hombre moderno por experimentarlo todo no es buena… ¡vete tú a saber lo que la vida me tiene preparado! quizás acabe harta de tardes solitarias…
Yo también he vivido desde muy joven rodeada siempre de gente, tremendamente diversa, además. Me gusta ese esfuerzo de adaptación mental al otro, le da plasticidad al cerebro tener que ganártelo todo a base de discutir con cordialidad: desde el destino vacacional hasta la serie de la televisión 🙂 Lo cierto es que me enfado poco y de eso tienen la culpa todas esas personas que me han enseñado a convivir, creo.
Pero esas tardes de soledad lectora, el libro y yo… y el resto silencio… hmmm… eso es la gloria…
Un abrazo, Amalio (y gracias por lo que dices sobre la escritura de este blog, te ciega el cariño, como diría mi abuela, pero gracias :-D)