«En 1974, en Madrid, durante un par de semanas del mes de mayo, formé parte de una conspiración encaminada a derribar el régimen franquista. La dirigía un general muy célebre, del que se contaba que a los pocos días de la revolución portuguesa había empezado a recibir sobres anónimos que contenían como único mensaje un monóculo […]»
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El dueño del secreto, Antonio Muñoz Molina
Ayer tuvimos una reunión familiar improvisada. A mí me había dado a media mañana una especie de ataque de nostalgia (estoy despidiéndome de mi padre con un llanto sin lágrimas que me acomete cuando menos lo espero y del que hasta ahora siempre me salva alguien, al que tampoco espero, dicho sea de paso) y decidí que comer bistec y patatas de bolsa era una opción tan buena como cualquier otra, así es que cuando recibí la llamada “que vamos para allá”, dejé la pena aparcada y demostré empíricamente que es cierto eso de “sabe más el diablo por viejo que por diablo” porque no comimos del todo mal (aunque ahora que lo pienso, tampoco hubo vivas a la cocinera… hmmm…). Es igual. Esto lo digo porque uno de los temas de los que hablamos fue el transporte público en el que viajo continuamente (tengo carnet de conducir y durante unos meses también tuve coche, pero pronto comprendí que Dios no me había llamado por ese camino y decidí gastar mi dinero en tickets bus en vez de en gasolina). Hubo quien creyó que yo en el autobús aprovechaba para leer y se sorprendieron al enterarse de que me mareo si lo hago, tampoco oigo música, desde que decidí dejar de lado los cascos y prestar atención a los sonidos de la ciudad. “¿Entonces qué haces? Será aburrido…”, “pienso” dije yo, y dije la verdad, pienso y escucho conversaciones ajenas, que siempre empiezan de forma involuntaria y molesta, porque me sacan a empujones de mis propias divagaciones (los detectives lo deben tener facílisimo en este país, basta con subirse en un autobús y esperar a que el espiado se ponga a hablar por teléfono, yo he llegado a conocer contraseñas y números de cuenta bancaria, no digo más), pero que acaban por interesarme y me ayudan a entender algunas de las cosas que luego leo en los periódicos. A mí ya nada me sorprende: viajo en bus.
Cambiando de tema, hoy ha amanecido el edificio envuelto en niebla y ha dejado tras de sí una mañana húmeda, que alienta mi esperanza de que llegue por fin el frío, que es el tiempo en el que me siento más cómoda. El caso es que he salido a fotografiar el pueblo desde la puerta de casa y he constatado que le estoy cogiendo cariño a la nueva cámara. También a Muñoz Molina, escritor redescubierto en la desesperación de encontrar algún libro que fuese capaz de terminar y del que me he enamorado leyendo “El dueño del secreto”. Mañana, cuando regrese del dentista, antes de que se pase el efecto de la anestesia, creo que iré a hacerle una visita a mi librero pelirrojo y compraré otra novela suya, a ver si mi enamoramiento continúa o ha sido solo cosa de este largo verano que parece que, por fin, se acaba hoy.
Ese deporte de escuchar conversaciones en el bus también lo practico a diario. Tienes razón, la discreción no es uno de los fuertes del país .
Saludos
A veces pienso que esa exposición de la vida en voz alta en el autobús, o en detalle en las redes sociales, no es más que la expresión de una frustración por no tener una vida tan interesante como las que creemos que tienen los demás. Con tanto postureo, ya no distinguimos la verdad de la mentira. En fin…
Saludos.