En la vida real no existen las metáforas, los golpes son directos y sin rodeos, ya sean emocionales, económicos, políticos o sociales. Los males son de verdad y duelen. Debe haber muchas maneras de enfrentarse a ellos, pero desde luego la mejor no es huir, como si alejándonos de lo que tenemos y, sobre todo, de los que nos rodean, la felicidad fuese a aparecérsenos en forma de vete tú a saber qué. Escaparse de una vida que has construido tú mismo no implica que la próxima que emprendas, que también serás tú quien construya, vaya a ser mejor. Será por eso que yo siempre he optado por quedarme hasta que no me doliese y luego, si era preciso, irme con lentitud y con el destino claro.

Pero lo peor de escaparse no es la falta de garantías, lo peor de escaparse es que quien lo hace deja un reguero de víctimas a su paso. Daños colaterales de un egoísmo desatado al que nos espolea ese run-run social que dice que, ante todo, hay que ser feliz, sin especificar que la felicidad es un fin que depende de los medios.

Como todo el mundo, yo también he tenido alguna vez la tentación de echar a correr sin mirar atrás y sin tener en cuenta el dolor que mi abandono podía provocar en otros, pero siempre ha habido alguien que me ha querido lo suficiente como para recordarme que no, tonta no soy, pero sí, a veces pienso tonterías… Con el tiempo una aprende a valorar la sinceridad y la prudencia de sus amigos.

La prudencia es incluso más apreciable que la filosofía; / de ella nacen todas las demás virtudes, / porque enseña que no es posible vivir feliz sin / vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, / honesta y justamente sin vivir feliz. Las virtudes, en efecto, / están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas.

Carta a Meneceo, Diogenes Laercio, Vitae Philosophorum Libro X Epicuro

El caso es que esta semana me han contado de primera mano una de esas historias en las que alguien dice que baja a comprar tabaco y no vuelve. Que yo sé que parece una leyenda urbana, pero no, estas cosas pasan, porque, como solía decir mi padre, “hay gente para todo y además mucha”. Me explicaba la presunta víctima que tras la estupefacción de los primeros días, las emociones empezaron a sucederse en un proceso a mejor, que empezó sintiéndose culpable de la infelicidad del escapista y acabó encontrando la felicidad propia, sin necesidad de emprender viajes de difícil regreso y dudoso destino… y sin heridos de gravedad.

“Me di cuenta de que era feliz, porque de repente noté que ya no lloraba, que ya no era infeliz, no sé si me entiendes.” Y la entendí perfectamente. Era lo que predicó Epicuro hace más de 2000 años, la felicidad como el “aurea mediocritas” de las Odas de Horacio que volvía a mí al cabo de tantos años… ese punto al que se llega a fuerza de voluntad por disfrutar de las cosas que ya tenemos, en vez de ansiar lo que ni siquiera sabemos si, de ser nuestro, nos haría feliz.

“El que se contenta con su dorada medianía / no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, / ni habita palacios fastuosos / que provoquen a la envidia”

Odas de Horacio (Carminum II, 10 -«A Licinio»-)

Imagen: Let me be great 20 / Domingo Arroyas 2018