Fuji-San de kla4067 en Flickr con licencia CC
Estaba (estoy) leyendo otra novela, pero el miércoles surgió un viaje en tren a Lleida y acababa de comprar algunos libros, así que decidí llevarme uno pequeño, con más pinta de relato corto que de otra cosa, que me había recomendado T. con entusiasmo. El caso es que metí en el bolso Nieve de Maxence Fermine, sin darle mayor importancia.
Lo leí del tirón… y lo he vuelto a leer al regresar a casa, ya más lentamente, saboreando lo allí escrito. Nieve merece dos lecturas; probablemente más.
No os contaré el argumento, pero aviso aquí que tampoco hay demasiado que contar. Apenas “pasan” cosas y las que pasan lo hacen de manera lenta y delicada, casi imperceptible. ¿Dónde radica su encanto entonces?, ¿por qué emociona hasta el punto de tener que releerlo inmediatamente después de acabado por primera vez?
Pues veréis, en mi opinión (que no tiene mayor aval que el haber leído bastante y tener una alta reactividad a la ternura), su valor reside en su aparente simplicidad. El argumento no distrae de la contemplación de la belleza literaria que contiene. Es cómo si el autor pintase, que no escribiese, las palabras… en una historia en la cual el protagonista intenta transformar su poesía en pintura. Un camino de ida y vuelta, como la mayoría de caminos vitales (aunque nos empeñemos en darles sólo un sentido, generalmente obligatorio).
Es un libro inclasificable, único. Habla de lo efímero y lo eterno, del deseo y del amor, del color y de la luz, pero sobre todo, habla de la sensación de plenitud que da ver la vida con los ojos del alma… y no tenerle miedo a interpretar lo que ves, aunque lo hagas de distinta forma que el resto del mundo.
Supongo que no hace falta que os diga que me ha encantado y que se lo recomiendo a todos aquellos que quieran descubrir el gran secreto: vivimos y morimos por cosas sencillas, conmovedoras… e inmensas. Si estáis preparados para aceptar ese hecho, corred a leer Nieve, si, por el contrario, no sentís vuestro ánimo presto a dejar entrar el aire, fresco y limpio, de un futuro que se alza ante nosotros como una montaña nevada, todavía por explorar… dejadlo para otro momento.
Leer mucho te enseña una cosa: hay un tiempo para cada libro. No lo forcéis… pero no olvidéis que, antes o después, uno debe enfrentarse a su vida e, irremediablemente, a la blancura helada de la nieve.

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