Le MonolecteRue des mauvais garçons. (CC)
Slaid Cleaves. Green Mountains and Me (Spotify)

Para el profesor gruñón
Por lo mucho que he aprendido con él
Pero, sobre todo, por estar ahí
Gracias
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Por algún extraño motivo (alguna venturosa alineación astral, tal vez), esta semana ha estado cuajada de buenas noticias: los resultados positivos de una prueba médica, un fructífero día de entusiasmo intelectual entre los mejores en mi profesión, el (re)conocimiento de alguien cuyo abrazo ha sido tan cálido como lo son sus mails y ya, para acabarlo de rematar, la noticia de que se nos ha concedido la beca que me permitirá permanecer tiempo suficiente por aquí, como para comprobar si esto de las comunidades virtuales me puede dar de comer, o mejor lo dejamos en un hobbie original.
Bueno pues, cuando pensaba que ya no podía pasarme nada mejor, recibí un mail ante el que sólo pude sonreír y poner cara de tonta.
Escribo relatos de ficción; no sé si lo he dicho antes aquí, pero en todo caso es fácil deducir que lo hago: me encanta escribir desde pequeña y esto del blog está bien, pero siempre parto de un hecho cierto y, lo más fácil, la narradora soy yo. La memoria lo altera, a veces incluso el propio discurso literario lo modifica, pero el detonante es, habitualmente, personal. Y, aunque no lo sea, lo asumo como propio, porque lo filtro, lo traduzco, lo asimilo y os lo cuento «yo», mi yo literario, mi yo persona que escribe un blog, pero nunca tengo que recurrir a inventar a otro. El proceso de creación es limitado e infinitamente más sencillo.
La ficción lo complica todo, porque significa partir de cero. Luego, según avanza, es cierto que recurres a ambientaciones y actitudes que conoces (de primera mano o por terceros), pero la página en blanco la debes atacar tú sola, sin muletas que valgan: ¿qué quiero decir?… y lo más difícil: ¿quién va a decirlo? ¿cómo lo dirá? ¿cómo llegará a las conclusiones a las que deseo que llegue?, aún peor, ¿qué diría? ¿qué pensaría si…?
La ficción, también, dice mucho más del que escribe de lo que pudiera parecer en un principio. Cuando inventas lo haces a partir de lo que desearías que hubiese ocurrido, de lo que sueñas con que suceda en el futuro, o al contrario, te basas en tus temores, en aquello que te intimida, en lo que te ruboriza… la fantasía es traidora y enseña demasiado de uno mismo… más, a veces, que el diario íntimo que nunca he escrito (puede que este blog os lo parezca, pero ni por asomo lo es; en la adolescencia intenté escribir un diario y me pareció aburridísimo… ¡casi tanto como jugar al póquer con garbanzos!).
El caso es que, tras pensarlo mucho (tuve alrededor de 10 minutos el mail con el archivo adjunto abierto, antes de presionar “enviar”), decidí que una persona, cuya opinión en temas literarios respeto cada vez más (y para mí decir eso, creedme, es decir mucho), leyese un relato mío y me dijese lo que le parecía.
Además sabía que me arriesgaba, porque es de esos que no irá al infierno por mentir en las críticas (por otra cosa no sé, pero por eso, fijo que no) y ya me veía yo buscando un puente para tirarme, cuando leyese lo que tenía que decir sobre la historia en cuestión.
Bueno pues queda demostrado que los más severos también son los más entusiastas cuando algo les gusta. Me emocionó. Por eso hoy quiero darle las gracias: por su tiempo, por sus análisis y por ser sincero, también, cuando el juicio implica un halago.
Habrá más días para comentar otros temas más profundos. Hemos acabado un duro trabajo juntos (me temo que mucho más duro para él que para mí) y este es mi tributo a su paciencia. Podría haberlo escrito cualquier día de la semana (seguro que lo estás pensando, lo sé, tú tan discreto y yo tan poco), pero se ha ganado un domingo… ¡Por listo!
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La verdad es que no todo ha sido positivo estos días: el lunes me desaparecieron las gafas «de leer» y el martes perdí mi portaminas preferido en un taxi. Del segundo ya tengo el recambio en casa y las gafas nuevas me las entregan el miércoles (es decir, el jueves, que este miércoles no creo yo que esté el transporte público como para salir de casa, si no es para una urgencia).
También me equivoqué con el libro de Csikszentmihalyi,… se llama «Fluir», el de «Aprender a fluir» es una segunda parte, no tan exitosa al parecer. Tengo los dos esperándome… y yo sin gafas… Justa condena por tener siempre la cabeza en las nubes… o en «la nube», que al final viene a ser lo mismo.
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