E.A. El escritorio en el desván
Bright side of the road. Van Morrison

A Amanda, por lo mucho que nos queda por vivir

Hay pensamientos que, como los ojos de las lechuzas, no soportan la luz diurna. Sólo pueden nacer de noche y cumplen la misma función que la luna, necesaria para cambiar de sentido mareas en algún recoveco invisible del alma. 
Michaella Murgia, La acabadora
Podría decirse que el libro vino a mí. A veces me paseo por los pasillos de cualquier librería, esperando precisamente eso, que una portada reclame mi atención o que un montón de ejemplares pendientes de clasificar se coloquen ante mi pie, para que yo tropiece y los descubra… Me atrajo desde el primer momento, a pesar del título… o tal vez por él. Lo cogí, lo giré despacio y entonces, como por descuido (aunque yo sé que no lo fue, nunca lo es), leí tres líneas de la contraportada: «Siguiendo una costumbre sarda cuyos orígenes se pierden en el tiempo, una anciana y una niña se unen a través del sagrado vínculo de la adopción del alma.» Me pareció reconocer esa situación en otra de hace muchos años, (¡bendita intuición!) y quise conocer la historia. 
Ha resultado ser una novela desconcertante, sobre un mundo donde las luces se mezclan con las sombras en una especie de pudoroso pacto. Un texto que, aunque cuenta cosas tristes, me habló de otras que conozco muy bien y que en su día iluminaron mi vida con un fulgor inusitado. En realidad lo que consigue Murgia es cogernos de la mano y arrastrarnos hasta un lugar donde habita la felicidad en forma de amistad, de amor, de serenidad… de alegría, a pesar o gracias a la vida. 
La luz siempre es engañosa, se refleja en todo cuanto toca y nos devuelve una imagen distorsionada de la realidad, que provoca el que confundamos, a veces, esa ilusión con la verdad. La acabadora se desarrolla en una especie de universo paralelo, en el que los personajes se aferran al silencio para no mentir, porque, como dice uno de ellos «(…) para la mentira no hay remedio. Cada vez que abras la boca para hablar, recuerda que Dios creó el mundo con la palabra».
Ha sido este un verano de buenas lecturas: el descubrimiento personal de Muriel Spark (una escritora que me va a acompañar este invierno en más ocasiones, acabo de empezar La plenitud de la señorita Brodie), la última intriga de Jo Nesbo (el mejor de entre los escritores de misterio que han venido del frío, si exceptuamos a John Ajvide Lindqvist), el desengaño de un premio Booker (La corte del lobo de Mantel no fue el gran libro que esperaba), la maravillosa experiencia que supone leer a Scott Fitzgerald en una novela con reminiscencias autobiográficas… No era fácil destacar y, sin embargo, es bien cierto que uno encuentra joyas donde menos se imagina y, de entre los muchos libros que me esperaban este verano, contra todo pronóstico, este libro ha conseguido llegarme al alma…
Ocurre además, que contiene una frase que resumiría bien algunas experiencias personales de los últimos tiempos: «Hay cosas que se saben y punto, y las pruebas sólo sirven para confirmarlas (…)», y eso también ha contribuido a mi comunión con la historia de Michaella Murgia. Porque sé que la vida es así y hay cosas que, sencillamente, se saben.
Tengo que confesar también que fue al terminar de leerlo cuando sentí, por primera vez desde que cerré temporalmente este Club, ganas (muchas ganas) de reabrirlo.
Y entonces ocurrió el milagro y el pasado que evocaba La acabadora llamó a mi puerta.

Hará unas tres semanas, pensé que sería buena idea darle un repaso a este espacio antes de volver a ponerlo en marcha y cogí la brocha para retocar algún desconchón… Hice un primer lavado de cara, nada del otro mundo… lo suficiente para no pensar en volver a escribir aquí sin hacer antes algunas reparaciones. Fue meterme en faena y empezar a descubrir cañerías rotas, fallos en el circuito eléctrico… En fin, que lo puse todo patas arriba y luego claro, ya no sabía por donde empezar ni, lo peor de todo, cómo acabar. Pero soy una mujer con suerte y justo cuando más desconcertada estaba, apareció por aquí Amanda, sin avisar, con la sola intención de que tomáramos un café juntas. Vio el lío en el que estaba metida y empezamos a hablar de lo que convenía o no hacer para que el Club volviese a ser habitable.
“Voy a tener que pintar”, “oye ¿por qué no empapelas?”, “mujer, yo sola… me canso nada más que de pensarlo”, “anda va, no seas perezosa, que yo te ayudo…” y nos pusimos a escoger papel para las paredes. Total, que cuando llegó el momento de volver a colocar los muebles en su sitio, nos pareció que el Club se merecía sillones más cómodos, alguna mesita donde dejar reposar los libros que estemos leyendo, un servicio de té nuevo… incluso hemos hecho pastelillos para que os quedeis a merendar aquí, mientras charlamos un rato.

Entonces algunos socios se asomaron casi por casualidad y, antes de cerrar las puertas, nos echaron una mano. Con Gemma contrastamos opiniones sobre los gadgets, hicimos caso a Enrique en lo que se refiere a la distribución de las columnas y las opiniones de Silvia nos hicieron pensar que íbamos en la dirección adecuada. Gracias a ellos y a Alvaro y Mónica, que generosamente me facilitaron el logo de creative commons que disfrutamos ahora. El trabajo se iba perfilando poco a poco, hasta que el viernes pasado, Jalil apareció con los últimos cambios bajo el brazo. Con la ayuda de unos y otros, poco a poco, este espacio ha acabado siendo tal y como yo quería… sin saberlo.

Hace solo unas horas que pusimos el logo, a modo de corolario de un trabajo que ha sido duro, pero muy gratificante, porque nos ha servido para recordar tiempos pasados juntas y volver a comprobar lo que ya sabíamos: ¡formamos un buen equipo!
Hoy ya puedo decir, por fin, que, cuando el verano del 2011 empieza a declinar, este Club vuelve a abrir sus puertas. Diferente, para poder seguir siendo el mismo.
Después de casi dos meses de ausencia, tras el que ha sido un verano cálido y tranquilo, en el que he recuperado un tiempo que me debía la vida, regreso por estos pagos.  Cuando menos lo esperemos, asomará el otoño tras una esquina, pero yo tengo fuerza y amigos. En realidad, tengo todo lo que necesito para disfrutar de la vida… ¡vamos allá pues!
¡Feliz domingo, socios!
www.elclubdelosdomingos.com