Pachulí, mirra, rosa damascena

No hace mucho -en una entrevista para New Yorker, si no recuerdo mal-, Colm Tóibín, el autor de Homenatge a Barcelona, decía algo así como que las habitaciones a las que cree que nunca volverá son las que le interesan. Como ya entonces andaba yo con la determinación de realizar mi sueño juvenil de cambiar de aires en esta etapa de mi vida, empecé a mirar mi casa actual de otra manera.

Lo mejor para no sentir añoranza es una buena despedida, por eso en el cine romántico suelen cuidar tanto ese detalle: los amantes se conocen de mil maneras diferentes, pero siempre se despiden de una forma épica, como si supiesen que la última caricia, la última mirada, va a ser lo que nunca olvidarán de todo lo vivido juntos.

El viernes regresamos de comprar nuestro nuevo hogar y aunque todavía falten unos meses para que podamos vivir allí, he empezado a despedirme de esta especie de torre vigía en la que he reído mis alegrías y llorado mis penas los últimos treinta y ocho años, que se dice pronto. Los dos últimos han sido muy difíciles. No es fácil librarse de la pena, hay que atravesar esa noche oscura, pero se sale a flote. No necesariamente más sabio, ni mejor persona, pero se sale.

Por eso hoy estoy ilusionada con este presente en el que el norte ha dejado de ser una idea, para convertirse en una realidad.

Queda por delante una mudanza y alguna gestión, pero nunca es demasiado pronto para ir despidiéndose de las habitaciones en las que han sucedido tantas cosas que me importan. Tenemos mucho que contarnos.

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Aunque no haya escrito aquí, he leído bastante este último mes -recuperé antes el placer de la lectura, aunque me costó-. He empezado el año con Los pacientes del Dr. García de Almudena Grandes, El año del pensamiento mágico de Joan Didion, Los días perfectos de Jacobo Bergareche y Un domingo en Ville-d’Avray de Dominique Barbéris. No sabría deciros cuál de ellos me ha gustado más, porque todos han sido lecturas magníficas, pero no sería justa si no destacara la generosidad de Didion, que expone su dolor, su desconcierto y su esperanza, con una honestidad y una lucidez que convierten su relato autobiográfico en una maravilla de obligada lectura.