Sky. A.I. (2011)
My one and only love. John Coltrane & Johnny Hartman


Ver el alba contigo,
ver contigo la noche
y ver de nuevo el alba
en la luz de tus ojos.

Pide tres deseos. Amalia Bautista
Ayer la noche me encontró cansada de pensar y todavía era pronto cuando decidí acostarme. No suelo leer en la cama, a menos que esté enferma. No leo para dormir, leo para despertar. Pero necesitaba desconectar de la realidad y cogí El último buen beso. No pude parar hasta casi la madrugada, cuando Crumley calló. Pensé entonces que hoy publicaría muy tarde y que os hablaría de esa novela. Pero Sughrue, con su camioneta, me transportó en sueños hasta parajes solitarios y me he despertando pensando en Mr. Singer, ese personaje que ya forma parte de mi vida y con el que sé que, algún día, me sorprenderé manteniendo una conversación.

Ni siquiera recuerdo ahora las razones que me llevaron a McCullers. Quizás fue el título del libro, Iluminación y fulgor nocturno, o que yo andaba buscando un ejemplar ligero, para acompañar mis viajes en tranvía. Puede que fueran los ojos de la autora que me observaban desde la portada y me decían algo así como “nos vamos a entender bien”… el caso es que, contra todo pronóstico, leí hace muy poco la autobiografía que Carson McCullers, herida ya de muerte, dictó con solo 50 años. Y a mí, que no me gusta el frío relato de los hechos que rodean una vida, porque suelen indicar muy poco sobre lo que realmente ocurrió, me sedujo de tal forma ese fulgor, que me lancé a la búsqueda de otros libros de la autora.

Quise leer primero (¿quién no?), El corazón es un cazador solitario. A mi librero pelirrojo no le quedaban ejemplares y yo no quería esperar, así que lo encargué por teléfono a otra librería y una mañana extrañamente brillante, que cobijaba un precioso secreto que me fue revelado estando ya el libro en mi poder (pude aferrarme a él después, al caer la tarde, sola ya y fue aquella una especie de coincidencia poética), fui al centro de la ciudad a recoger la novela.
Todavía no logro entender cómo he pasado por alto a esta autora en tantos años de lectura casi compulsiva. Menos aún se entiende que con veintitrés años alguien pueda saber tanto de la soledad.
No es una de esas historias que le suelo recomendar a la gente, porque casi nada cuenta, excepto la vida. Eso sí, la vida fluye a borbotones, anegándolo todo a su paso. La realidad desnuda, sin misterio posible, golpea a unos personajes que apenas pueden mantenerse erguidos, bien sea gracias a sus sueños, bien a la ilusión de una dignidad que nadie, salvo ellos mismos, comprende.
He estado estos días hechizada por un relato sobre gente áspera, severa; hombres y mujeres tristes, que llevan una vida miserable que no merecen. Personas que le cuentan sus secretos al vacío. Y un personaje, el principal, que no es nada excepto la encarnación del amor a otro. Un hombre que es para los demás el centro y cuyo centro a su vez, está dentro de sí mismo… y a sí mismo vuelve al final,  cuando todo acaba y cuando, al mismo tiempo, todo vuelve a empezar.
El corazón es un cazador solitario, sí. Mr. Singer lo sabe. Tal vez por eso deje que unos seres malheridos se sienten a su mesa y disfruten de la cálida sensación de hacerle confidencias, a alguien que entenderá sus ganas de escapar en busca de otras realidades. Y es que la mayor de las soledades es no tener a nadie a quien contarle que eres, todavía, capaz de amar.
………………………

Si creyese que las casualidades existen, os contaría que el jueves, en el paseo que suele dar al atardecer, su pie tropezó en la arena, por casualidad, con una de esas botellas que contienen un mensaje que alguien lanza al océano con la esperanza de que quien lo halle sepa lo que hacer.

Contenía un código secreto pero fácil de descifrar. Escenas alegres, caras contentas. También miradas perdidas, con su poquito de soledad. Pero sobre todo, encerrado en el vidrio verde y gastado, había un intento desesperado por mantener la vida bajo control.

Entonces escribió una palabra en el reverso de una de las fotografías y la volvió a introducir en la botella.

Una palabra solamente. No hacía falta más.

Subió al risco más alto, estiró el brazo todo lo que pudo y la lanzó al mar. Muy fuerte, muy lejos, para que no volviese a la playa sin querer.

Vio como flotaba contra el oleaje y se alejaba lentamente.

Una sola palabra. Ella entendería.

“Adiós”.
Me dio pena cuando me lo contó. Tantas esperanzas rotas. Tanto desamor de golpe. Sabiendo que el mensaje llegará, pero sin saber cuándo…
¡Feliz domingo, socios!