Mientras el corazón late, mientras el cuerpo y alma siguen juntos, no puedo admitir que cualquier criatura dotada de voluntad tenga necesidad de perder la esperanza en la vida.

Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne

 

**************

 

Toda superación de un momento difícil implica un cambio y todo cambio trae consigo la pregunta de hacia dónde deseas dirigir tu vida en adelante. A partir de ahí, surgen, al menos en mi caso, muchas más.

Ahora que todo está sellado y tras unos días de calma, han reaparecido en mi vida las migrañas, las contracturas, las lágrimas… Ayer la pena cayó con tal fuerza sobre mis hombros que toqué pie con pared y me atreví (tras los abrazos y la medicación) a repasar la lista de deseos que recuerdo haber escrito por primera vez hace muchos años, en un tren, tras un cambio de vía (si algún joven me lee no sabrá a lo que me refiero), camino de París. Era la primera vez que visitaría una ciudad de la que todavía no sabía que me enamoraría, iba con una de mis mejores amigas de entonces, su primer amor y su hermano. Habíamos planeado aquel viaje sentados en la moqueta del distribuidor de su casa y nunca pudimos imaginar lo bien que saldría todo.

Pero volvamos al tren. No sé de quién fue la idea de expresar cómo deseábamos que fuese nuestro futuro cuando acabásemos los estudios universitarios que algunos de nosotros estábamos a punto de empezar. De las pocas cosas que recuerdo son sus caras de extrañeza cuando dije que quería vivir en un pueblo o una ciudad pequeña y, por supuesto, vivir, al menos por un tiempo, lejos de donde había nacido (siempre me ha parecido que nacer, vivir y morir en el mismo sitio es el ciclo natural de los champiñones y nunca lo he querido para mí). El caso es que ese fue el primer deseo que escribí en mi lista de ahora, siguió dedicarle tardes enteras a leer y a escribir… y se me caló el motor. Hacía tanto tiempo que vivía pendiente de paliar, en la medida que yo podía, los estragos de las enfermedades de mis padres, que había olvidado pensar en lo que iba a hacer con todo ese tiempo del que dispondría tras su pérdida.

He tenido que volver al pasado y enfrentarme a preguntas como en quién quería convertirme, cuáles eran mis sueños y si tengo tiempo todavía de desandar el camino que me separa del que necesito emprender para conseguirlos. Me ha costado tiempo y todavía deberé explorar un poco más a mi yo del pasado, pero he descubierto ya dos cosas maravillosas y una no tanto: la primera es que lo que deseo ahora es prácticamente lo mismo que deseé aquel día en el tren (no siempre ha sido así a lo largo de mi vida), la segunda, que eran sueños humildes en lo material y por tanto factibles a día de hoy y la tercera (como nada es perfecto), que en lo emocional tendré que pagar un precio, alto, pero del que bien mirado me queda poco por pagar.

Intentar comprendernos y entender nuestro entorno no es en mi caso fruto del capricho, sino de una necesidad vital y en ese proceso de aprendizaje habré de realizar forzosamente ajustes y establecer límites (e incluso puede que levantar barreras), eso dolerá, pero hacerlo es indispensable para poder sentirme bien en el mundo.

La vida nunca da segundas oportunidades, solo nosotros podemos hacerlo, es más, creo que intentar con todas nuestras fuerzas ser felices es la única forma de respetar realmente la vida que el azar nos proporcionó. 

Y en esas estoy ahora. Aquí, encerrada con mis Js, arropada y cuidada por la gente que me quiere. Recapacitando. Haciendo listas. Con el móvil apagado. Migrañosa y dolorida. Enjugando mis lágrimas. Esperando a la esperanza.