No creo que fuese muy prudente por mi parte quedarme ayer leyendo hasta altas horas de la madrugada. El libro en cuestión, además, aparentaba una ligereza de la que carecía (a veces la ironía se confunde con la superficialidad… y no, Philip Roth nunca es superficial); el caso es que el tiempo se me pasó en un sin sentir, atrapada por la quietud silenciosa que reinaba en la casa y por los vapores del vino que tomé y que amplificó el vacío que me rodeaba (e intuyo ha favorecido unos bonitos sueños ;-D).
El caso es que hoy me he levantado contenta, pero amargamente consciente de que la semana no me había inspirado ningún tema para escribir este post. A punto de tirar la toalla (como tantas veces antes), he recordado el sosiego de la pasada noche y algunas de las palabras, ya olvidadas, que el silencio, como siempre, devolvió a mi memoria, y he pensado que bien podría hacer aquí una reflexión sobre esa sensación nocturna de que todo está permitido.
Y recuerdo Firelight, “lo que sucede durante la noche, por la mañana es como si no hubiese ocurrido”, o algo parecido, le decía un historiado Stephen Dillane, a una Sophie Morceau ya casi decidida a traspasar la barrera de lo socialmente considerado «decoroso» y, aunque reconozco que al bueno de Dillane le guiaba el irrefrenable deseo de un happy end romántico, no por ello carecía por completo de razón: la noche tiene una magia que nos arrastra hacia territorios emocionales que la luz oculta.
“En la oscuridad del mundo están enterradas todas las variedades de transgresión”, proclamaba Kawabata… es decir, en la noche… en esta… aquí… ¡quizás!
Pues eso, que como no me venía la inspiración la busqué leyendo, y se hizo de madrugada, y recordé a Kawabata y reconocí que la noche,(¡pauvre fille!), también debilita mis propias barreras.
“Cerró los ojos. De esta noche extraña, como de todas las otras noches, se despertaría con vida por la mañana. El codo de la muchacha, que yacía con el índice apoyado en los labios, le estorbaba. Le cogió la muñeca con el índice y el dedo mediano. Era tranquilo y regular. Su serena respiración era algo más lenta que la de Eguchi. De vez en cuando el viento inminente. El bramido de las olas contra el acantilado se suavizaba al aproximarse. Su eco parecía llegar del océano como música que sonara en el cuerpo de la muchacha, y los latidos de su pecho y el pulso de la muchacha le servían de acompañamiento. Al ritmo de la música, una mariposa pura y blanca de la muñeca de ella. No la tocaba en ninguna parte. Ni la fragancia de su aliento, ni de su cuerpo, ni de sus cabellos era fuerte.”
El palacio de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata
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De sempre, he estat nocturna jo, sempre m'ha agradat molt la nit.
Bona setmana!
Hola Rita, gràcies per passar-te per aquí. Acabo de llegir la teva aportació al relat conjunt i m'encanta, i tota aquesta història dels amors del Dashiell Hammett (l'adoro!) i la Lillian Hellman… magnífica idea, enhorabona! Una abraçada.