Cuando la noche está casi acabada
y el amanecer se aproxima tanto
que podemos percibir las distancias,
es tiempo de alisarnos el pelo
y acariciarnos las mejillas.

Y preguntarnos cómo pudimos preocuparnos
por esa vieja y desvanecida medianoche
que, hace solo una hora, nos aterrorizó.

El viento comenzó a mecer la hierba, Emily Dickinson

El viernes compré los libros que suelo regalar en Sant Jordi, nunca encuentro lo que busco en ninguna de esas mesas que aparecerán por toda la ciudad mañana y donde se exponen novedades editoriales que no han tenido tiempo de demostrar si merecen o no un lugar tan preeminente. Aunque mañana me acercaré a ellas y esperaré que alguna me sorprenda.

Yo iba con T. y después de comer donde el camarero guapo y amable nos acercamos a la librería de la que ambas somos socias. Llevábamos la lista de libros que había preparado antes, llena de escritores muertos en su mayoría, en la creencia de que la edición de novelas tiene algo en común con la muerte: que es igual llevar publicado 2 minutos que dos siglos, y hay que decir que encontré menos de lo que pensaba encontrar. Pero buscando unas cosas tropezamos con otras tanto o más valiosas que las que yo había seleccionado.

Revolvimos en la C buscando “Los niños” de Willa Cather y encontramos “Una mujer extraviada”, que leí el mismo viernes al llegar a casa y ha resultado ser una novela preciosa, sobre la idealización y la decepción que conlleva, a la que Fitzgerald le otorgó públicamente el honor de haber servido de inspiración para su Gatsby.

Me apetecía mucho leer Levadura de malicia de Robertson Davies. Pero me conformé con El quinto en discordia y lo cierto es que lo empecé ayer y me está gustando mucho.

Al pie de la escalera de Lorrie Moore es una pequeña trampa, porque lo encargué hace días y casualmente llegó el jueves a la librería y El inicio de la primavera de Penélope Fitzgerald lo ha reeditado hace poco Impedimenta y era previsible que lo encontrase.

Me quedé sin Golowin de Jakob Wassermann y sin Hacia otro verano de Janet Frame y serán los que buscaré mañana en alguna de las librerías que nunca fallan. Pero me hice con un ejemplar de Siete años de Stamm y con una edición maravillosa de un libro que se acercó hasta mí cuando más lo necesitaba y mañana cambiaré por un abrazo.


Dicen que en la frontera es donde la vida se agita. Donde se sufre más y también donde más se goza. Donde la risa es más franca y la lágrima arde. Allí se acercan los que huyen y los que regresan. Es el lugar donde se resuelve la batalla y donde se comercia. La traspasa la gente que te salva y la que te invade. Y la habitan personas curiosas, que obtienen placer en la vida cambiante y solitaria. Dicen que nadie debería morir sin haber pasado una temporada en la frontera, que sin eso nadie puede sentir que realmente ha estado vivo.Pero frontera no es solo la linde, la membrana, la línea divisoria. También el amanecer es frontera. Y la escritura.

Yo estoy pensando en comprarme una casa aquí.

 

¡Feliz domingo, socios!