
“Anda aire y hay niebla y una luz como de fin del mundo, como siempre que está nublado en La Mancha, porque si algo es La Mancha, si por algo vale, es por su cielo, especialmente si está despejado. Los niños de La Mancha cuando dibujan nubles dibujan las nubes que ven, esas blancas y esponjosas, esas que invitan a averiguar si eso es un carro o un dinosaurio o un bidé. […]. El resto de niños, los que no son de La Mancha, replican, simplemente, lo que les han dicho que tiene que ser una nube: algo blanco y esponjoso y que invite a averiguar si eso es un carro, un dinosaurio o un bidé».
Feria. Ana Iris Simón.
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Hace casi quince días que nos instalamos en la ciudad bonita y todavía no han llegado las cajas de la mudanza. Vivir en precario tiene su encanto, pero menos. Esperamos en pijama a que la ropa salga de la secadora para volvérnosla a poner, porque no quisimos andar facturando maletas y vinimos casi con lo puesto. Total, nuestras cosas iban a llegar un día después que nosotros. En fin… Compramos lo que ya tenemos pero de lo que no podemos prescindir y curiosamente siempre se trata de elementos pequeños, que echamos en falta justo cuando lo necesitamos: un colador, un cazo para servir la sopa… Bebemos en los vasos de cartón que nos dan con el café que tomamos en la cafetería de debajo de casa y eso es casi lo que más hecho en falta, tomar café cuando me apetece sin tener que ponerme el abrigo o esperar a que J. lo suba. Antes de salir dije que esto no sería un verdadero hogar hasta que no pudiese hacerme un café de madrugada, sé que ya lo he dicho, pero… en fin…
Incluso en esas condiciones -o tal vez gracias a ellas-, la experiencia está siendo muy bonita. Ayer aprovechamos para ver una exposición de artistas emergentes y la dejamos a medias porque era el primer día que estaba tanto tiempo de pie tras la tendinitis y decidimos que lo mejor era seguir otro día con el resto, que para eso hemos venido, para enlentecer la vida y saborearla de a poquitos. De allí nos fuimos a tomar un aperitivo y camino de casa compramos dos pastelitos que nos comimos por la tarde, mientras jugábamos al scrabble en una mesa demasiado pequeña que nos hemos comprado para ir tirando mientras llegan los muebles de verdad. Vivir en precario no es lo más cómodo del mundo, pero ya os digo yo que rejuvenece.
Estoy leyendo “Feria” de Ana Iris Simón y me acuerdo mucho del pueblo de La Mancha al que iba los veranos, cosa que no esperaba dada la distancia que separa en años la infancia de la escritora y la mía. No es una historia triste -al menos, no más que la vida-, pero cada vez que leo una palabra acabada en “eja” o cuando cuenta que su abuelo le hacía gachas, “una sartenceja para ti sola”, me emociono. Todavía no he tenido el valor de cocinar unas gachas o unas migas de las que mi padre me enseñó a hacer, pero el viernes compré bacalao para el potaje de vigilia, a ver si este año me atrevo y no acaba el pobre convertido en masa de buñuelos.
Sigue la guerra, y hace ya un mes que empezó. Hemos dejado de contar los muertos provocados por un virus, para hacer lo propio con los causados el ser humano. Las noticias se han convertido en una especie de parte de guerra cada vez más doloroso e inexplicable.
Mientras todo eso pasa, A. me envía una foto de nuestro otro no-hogar (la cafetera ahora está en un limbo desconocido, ni aquí, ni allí), que desde la lejanía parece más alto y más bonito.
Imagen: A.I.