Valla

«Lo que más importa de un escritor no es que invente algún que otro personaje memorable. Importa que se invente desde la nada y la soledad a unos cuantos lectores, a uno solo. Escribir es hablarle a alguien a quien no conocemos, es arrojar una piedra a la lisura de un lago, es adivinar y decir las palabras que alguien estaba a punto de pensar. El agua, la conciencia, era un espejo inmóvil, y de pronto esa palabra deseada convoca en ella un ritmo de ondulaciones concéntricas, remueve el limo del fondo, resucita una sensación que habría yacido para siempre en la sepultura cobarde del olvido. Escribir es atreverse a una persecución y a un asedio y descender a esa parte escondida donde guarda el lector, el único lector, los secretos tesoros de la felicidad y de la culpa. El verdadero lector es una sombra que está esperando siempre para encarnarse y vivir en la mirada de quien escribe con el solo deseo de dibujar su rostro, de reconocerlo algún día.»

Escrito en un instante, Antonio Muñoz Molina

Por más que la gente nos aconseje o simplemente se limite a contarnos lo que le ha pasado, con la esperanza de que aprendamos de ello, estoy convencida de que el pensamiento se crea únicamente a partir de la propia experiencia. Esa experiencia comprende, por supuesto, también la parte que incorporamos de lo que nos cuentan los otros (además de lo simbólico que recordamos de nuestra infancia, de la interpretación de lo que vemos, leemos, gozamos o sufrimos, e incluso –o especialmente, no lo sé- de lo que negamos o nos empeñamos en olvidar), pero estoy segura de que cada uno de nosotros construye su ética particular y a veces indescifrable para el resto del mundo, que debería conocer incluso lo que fuimos antes de ser nosotros, para entender muchos de nuestros comportamientos.

Esa es la única razón que explica la ligereza con la que se defienden posturas casposas como si fuesen el último grito y la soberbia con la que se exponen tonterías e incluso se alardea de no leer, ni interesarse por hacerlo, a los filósofos (ha habido alguien que me ha dicho, hace poquísimo, que no lo hace porque no quiere “que contaminen su pensamiento”, dando por sentado que en él se alberga algo interesante que contaminar…).

El caso es que llevo una época en la que son pocas las novelas que consigo acabar y eso me desasosiega. T., persona sensata donde las haya, me dice que no me preocupe, que el placer de la lectura volverá cuando menos lo espere, que simplemente ahora no es el momento y que eso le pasa a todo el mundo alguna vez. Debe tener razón, como casi siempre. Lo que sí he notado es que fabulo más que nunca; el otro día en el autobús, no dejé de inventar historias sobre la gente que se bajaba a mitad de trayecto ¿qué descubriríamos si siguiésemos al azar a una de esas personas hasta su destino?

Una vez tuve un vecino que salía cada mañana a la misma hora que yo, nos saludábamos en el ascensor, nos despedíamos en el portal y él se iba a un trabajo inventado del que, me aseguraba mi madre, regresaba puntualmente a la hora de comer. Todos en la escalera se lo habían encontrado durante esas mañanas de supuestamente afanoso trabajo, paseando por una céntrica calle no demasiado cercana al barrio o sentado en un banco de los jardines vecinales que suelen permanecer solitarios hasta la hora de salida de los colegios. Piadosamente, al verlo, se desviaban del camino para no hacerlo sufrir sabiendo que alguien conocía su mentira, pero siempre me pregunté el por qué de todo aquello y ahora, cuando contemplo la prisa de la gente con la que me cruzo por la calle o escucho historias sobre la ajetreada vida social de algunos compañeros, me pregunto si no serán como mi aparentemente hacendoso vecino, que necesitan fingir que los esperan o que están solicitados, como si fuese un pecado que no te esperase ni solicitase nadie, o como si fuesen los únicos a los que eso les pasa.

Esto lo decía porque siento que tengo verdaderas ganas de volver a escribir una historia larga.

Tal vez lo único que necesite sea empalabrar mi vida nuevamente, como otros empapelan una habitación, para sentirla nueva y fresca, y para entrar en ella con la ilusión del que estrena un tiempo que sabe que será tal y como desee, porque así ocurre en la vida que uno se inventa.

Y el que os diga otra cosa, creedme, os está mintiendo.

¡Feliz domingo, socios!