
El mes de abril se nos ha pasado preparando el viaje primero, disfrutándolo después y recordándolo ahora, mientras regresamos poco a poco a una cotidianeidad que nos gusta.
Ni siquiera teníamos maletas, porque habían ido desapareciendo de casa cada vez que uno de nosotros partía hacia un nuevo destino y porque hacía mucho que J. y yo no viajábamos «en condiciones», como diría mi madre.
Regresábamos a Países Bajos treinta y cinco años después de nuestro primer viaje allí. Aquel fue un trayecto en coche. Cruzamos Francia, Bélgica y nos instalamos en Amsterdam. Poco que ver con el de ahora. El viaje ha sido más rápido y más cómodo (salir y llegar a un aeropuerto pequeño no tiene ni comparación con moverse por uno grande). La ciudad de destino es menos turística, más tranquila, con una población joven y multicultural y unos servicios altamente tecnificados.
No ha cambiado la amabilidad del país, ni el ritmo pausado y cordial al que se mueven sus habitantes, a los que entonces llamábamos holandeses.
Pero esta vez el viaje iba de otra cosa. Nuestra mirada era muy parecida a la que empleamos en Santander cuando llegamos, porque no es lo mismo mirar buscando asombrarse, que mirar buscando quedarse, y está claro que una parte de nosotros iba a quedarse allí.
Ha sido una semana increíble. Una experiencia única, tan intensa que me he sentado hoy con ganas de contarla aquí, pero no puedo, porque a veces me parece que lo que se dice, lo que se escribe, lo que se comparte, se empieza a olvidar en el mismo instante en el que se hace. Y yo no quiero.
¿Qué sentido tiene escribir, si no es para contar? pues no sé, la verdad… aunque sí, puedo decíos que compré libros en una librería en la que además desayunamos los mejores bocadillos de queso de la ciudad (probamos unos cuantos); que en el museo Van Abbe contemplé el único cuadro de Miró que me ha gustado de verdad; que en el Miss Temaki del Down Town Gourmet Market comimos el mejor sushi del mundo… y todo así, porque la felicidad afecta al conjunto de los sentidos humanos, también al paladar y a la vista.
Aunque eso, lo que hicimos, no sea nada comparado con lo que sentimos, dicho queda. Algo es algo…
¡Feliz domingo, socios!