
Hace poco me compré un programa de escritura. Como si eso fuese a hacerme escribir más, o mejor, estaréis pensando. Como si no supiese yo que Jane Austen escribía a pluma, que me imagino a su cerebro lanzándole a sus dedos palabras bien ordenadas, para que construyese las frases deslumbrantes que luego leo en sus novelas, mientras que el mío, pobrecito, me envía frases inconexas, porque una cosa lleva a la otra y nunca he sido capaz de pensar en línea, que ya me decía mi abuela de pequeña que me iba por las ramas y sigo haciéndolo, incluso cuando hablo, sobre todo cuando hablo.
Pero no me imagino a mí misma escribiendo sin poder corregir sobre la marcha o, lo que es peor, sin poder escribir muy, muy deprisa, para que lo que se me acaba de ocurrir no se pierda empujado por otra idea, tal vez peor que su predecesora. Qué triste es olvidar algo que te pareció glorioso durante unos segundos, porque de repente recuerdas que ayer acabaste el último paquete de pasta para sopa que quedaba en la despensa. Pero así es la vida, buscar un orden existencial es imposible. Hace tiempo que sé que las cosas pasan cuando pasan y casi nunca es cuando a mí me va bien.
Están siendo días de agobio por culpa de una gestión que quien debía no hizo cuando tocaba y que ahora va a necesitar que intervenga gente amiga y un cierto grado de suerte, para resolverse. La suerte no me preocupa mucho, porque le pido pocas cosas, hace años que no participo en ningún juego de azar e incluso me mosqueo si gano demasiadas veces seguidas a las cartas, aunque solo nos juguemos bajar la basura. La suerte, como la esperanza, hay que dosificarla y reservarla para las cosas importantes. Ahora falta que mis pensamientos no la despisten y en vez de aparecerse en forma de gestión finiquitada, lo haga con un 2×1 en la pasta de sopa que me gusta la próxima vez que vaya al supermercado. Hay que tener cuidado con lo que se piensa, no puede una pensar a lo loco.
Pero lo que yo quería decir es que me he comprado un programa de escritura, que oyes, no escribe solo, pero parece que pone las cosas más fáciles. Por lo menos me obliga a sentarme a escribir, ¿para justificar el gasto? Pues oye, puede que un poco sí sea por eso, pero menos da una piedra.
Tengo una mesa frente a un ventanal, tengo un programa de escritura y tengo muchas tardes de lluvia por delante. Ahora solo falta que acudan las palabras, aunque sea de a poquitos, aunque no sean tan bonitas como las de mi Jane, aunque tenga que entretenerme ordenándolas, puliéndolas o alicatándolas si es preciso.
¡Feliz domingo, socios!