Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro
Asinaria. Tito Maccio Plauto
Puede que sea cierto lo que decía Valery y los poemas nunca se acaben, solo se abandonen. Sucede lo mismo con cualquier género literario, por eso hay libros que nos gustan y, sin embargo, sabemos que podrían haber sido mejores… simplemente fueron abandonados antes de tiempo. Y es que es difícil acertar en eso precisamente: en el momento preciso en que se deben abandonar las cosas y las gentes.
A mí nunca me ha gustado marcharme cuando me lo pedía el cuerpo, porque creía que no podría soportar el dolor del rechazo o las heridas de la lucha. Yo no sé huir, ni me gusta, porque cuando uno se escapa deprisa, siempre se olvida de rescatar algo importante y nunca sabe el porqué decidió conservar esto y no aquello, ni si la elección fue la correcta. Ocurre además, que solo ese último instante se graba en nuestra retina y los buenos momentos se pierden en la niebla del olvido, como si nunca hubiesen existido, como si jamás hubiésemos sido capaces de construir nada bueno en aquel sitio o con aquella persona.
Por eso yo espero paciente la llegada de la indiferencia y hago las maletas lentamente, sin que importe si el otro tiene prisa… ¡qué espere! ¡qué ocupe ese tiempo en aplacar su ira, su temor, su impotencia ante mi mirada, que pronto le traspasará sin verle!
Probé por primera vez el sistema hace ya muchos años. Era una espiral dolorosa, una situación triste, por injusta, nunca he tenido más ganas de escapar que entonces, sin embargo resistí, espere a que se aplacase la tormenta de los otros. Calmé la mía también, aprendí a conocerme y controlarme y descubrí que la serenidad era una bendición casi divina.
Supe que había hecho bien hace apenas unos días. Nos encontramos casi por casualidad y me propuso tomar un café juntos. Hablamos de las cosas buenas del pasado y entre la risa y la nostalgia, me dijo muy serio «me equivoqué… creo que tenía miedo». Y entonces, y solo entonces, me di cuenta de que, sin proponérmelo siquiera, le había perdonado.
Y me puse muy contenta.
¡Feliz domingo, socios!
«Y entonces, y solo entonces, me di cuenta de que, sin proponérmelo siquiera, le había perdonado.»
¡Me encanta! es que es curioso pero … me parece que en eso consiste …
¡Feliz domingo!
El perdón es extraño ¿verdad? Preguntamos y nos preguntan «¿me perdonas?» y contestamos, o nos contestan, «sí» o «no», como si uno pudiese decidir qué, a quién o cuándo perdona… sin embargo, es un proceso lento, que se parece bastante a la cura de una herida de esas que son pequeñas en la superficie, pero profundas; parece que nunca sanarán y un día, de repente, miramos y exclamamos «¡anda, pero si ya no está!»…
Feliz semana, Juana. Este blog mío, que se me ha puesto respondón y no me deja ver los comentarios de los amigos, a tiempo, me hace contestar tarde… aunque espero que bien…
Un abrazo.
Perdonar es bueno, en especial, para el que perdona, pues al hacerlo dejas de acarrear una carga muy pesada: el elemento más pesado del universo es el rencor.
Tremendo post, Francesca. En lugar de quedar para tomar tés, me tienes que dar un seminario, quiero que me cuentes mejor como lo haces, yo suelo pecar de precipitación…
¡Hola Judith! Pues sí, el perdón es sobre todo un remedio para los males del que lo otorga. Y es también algo que no debería pedirse… debería esperarse.
En realidad, cuando hacemos daño, el perdón que nos sirve es el propio… siempre que además, hagamos «propósito de enmienda».
Creo que lo del «propósito de enmienda» es lo que más me gusta del ideario católico en el que he crecido. Hay gente que pide perdón y, sin embargo, no tiene la menor intención de enmendar lo que ha hecho… es curioso…
El seminario debería ser, en todo caso, mutuo. ¡Y lo será!… aunque para aprender de ti, tenga que comer lo que carajo coman los ciudadanos vietnamitas 😉
¡Hasta pronto!
Pues va a ser que el vietnamita está cerrado, tendrá que ser algo más convencional, por esta vez.