Maeve Brennan
Days like this. Van Morrison (por cortesía de Luis)


“El hogar es un lugar en la mente. Cuando está vacío, vibra. Vibra con los recuerdos, rostros y lugares y épocas pasados. Imágenes queridas se alzan indóciles y componen un espejo para la vacuidad. Luego, cuánta resentida admiración, cuánta búsqueda casi sin objeto. Es una absurda condición, como absurda es la criatura que busque arrancar una sonrisa aun a la más familiar y adorable de esas sombras. Cómica y desesperanzada, la mirada absorta que nos devuelven se dirige siempre hacia dentro”.
De visita. Maeve Brennan

Una vez tuve un profesor que sostenía que era posible juzgar un libro de manera objetiva. Me esforcé por creerle durante todo el curso, pero la conclusión a la que llegué al acabar el semestre, fue que la subjetividad va unida a la lectura y lo que podemos ofrecer cuando damos la opinión sobre un escrito, no es nuestra mirada objetiva, sino nuestra mirada experta, entrenada por lo que ya hemos leído, a la que sumaremos el pellizco de esperanza que depositamos en cualquier historia, esa ilusión con la que aguardamos que el autor nos cuente algo que nos ayude a mejorar el mundo en el que vivimos.
Son otros escritores, que hemos leído antes, los que van a determinar el nivel de exigencia con el que nos enfrentemos a un texto desconocido, de la misma forma que la vida que nos envuelve es la que decide lo que necesitamos que nos sugiera un libro, lo que buscamos al acercarnos a su lectura. A veces esa necesidad pasará porque nos zarandeen el alma y otras solo querremos descansar de nosotros mismos, ser arrastrados hasta otro lugar, con otras gentes… aunque solo sea durante una tarde… Pero nuestra mirada, tras un entrenamiento de años, sabrá detectar lo banal, lo superfluo, lo que no provoque ningún eco en nuestro interior, lo que no nos ayude a ver la vida de otra forma… y a eso es a lo que, en un ejercicio que algunos sienten cercano a la soberbia, le llamaremos mala literatura.
“De visita” de Maeve Brennan cayó en mis manos hace unos años y me quedé con ganas, con muchas ganas, de seguir leyendo a esa autora, pero todavía no se han publicado más libros suyos en castellano, sin embargo veo poblarse las estanterías de las librerías con infinidad de títulos de autores, de cuyos textos me consta que los lectores salimos tal cual entramos, sin haber aprendido nada y sin que nos hayan regalado ni un pequeño rato de otredad. Y eso, publicar sin criterio, escatimarle a la gente la buena literatura, es algo por lo que deberían rendir cuentas las editoriales, porque como bien dijo Samuel Beckett “las palabras son todo lo que tenemos” y estamos obligados a ser más cuidadosos con ese patrimonio.
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Anoche mantuve una interesante conversación con una colega con quien últimamente estoy convergiendo laboralmente (y disfrutando, y aprendiendo mucho). Empezamos hablando de proyectos y acabamos hablando sobre las palabras en el territorio de las cuales nos movemos con más comodidad.
Recientemente he dejado oficialmente la investigación para zambullirme en el océano que encierra lo que antes se llamaba ejercicio libre de la profesión; pero me siento investigadora, es lo que siempre he querido ser y, al fin y al cabo, investigar es lo que hago, con la diferencia de que en este nuevo entorno «el problema» lo determinan otros. Pero el proceso de búsqueda de soluciones viables a medida, de análisis de la mejor manera de llevarlas a la práctica, de construcción de estructuras que permitan que el conocimiento circule por ellas confortablemente…, es prácticamente idéntico al que he utilizado hasta ahora y sin embargo siento que ya no puedo decir en voz alta que soy investigadora, sin provocar cierto desconcierto en mi interlocutor… y ahí ando, intentando huir de los estereotipos, buscando todavía esa palabra que defina un lugar en mi mente, un hogar en el que sentirme yo misma y no cualquier otra… y no es fácil…

Y, mientras la encuentro… ¡feliz domingo, socios!

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