The Letter. James Carroll Beckwith (1910)
A Sunday Kind of Love. Etta James

Ayer, tras cerrar la puerta de la calle, me quedé sola y me di cuenta, de repente, de que había anochecido sin avisar. A veces la vida se nos llena de gente, es decir, de otras vidas, tantas que no es posible pensar sobre la propia y eso es bonito… pero completamente incompatible con la escritura. Así que decidí prepararme un té y encender el ordenador para escribir el post semanal.

Entonces abrí el mail y una hermosa carta me hizo recordar que en la estantería me espera un libro que he ido relegando por estar formado de retazos de amor de otros, en los que me da pudor hurgar. Me pregunto cómo pude comprarlo, sin duda fue mi devoción por Salinas la que me llevó a caer en esa tentación… y esa misma devoción me ha impedido abrirlo hasta ahora.
Pero hoy he entrado aquí con la intención de escribir sobre el poder de las palabras y sobre como ese poder aumenta cuando sabemos que han sido escritas para ser leídas por una sola persona en el mundo. Leo una carta propia y eso trae a mi memoria estas otras que compré hace mucho, todavía emocionada por la lectura de “84 Charing Cross Road”, esa historia real que leí porque creí que era mentira.
«… me he despertado, a altas horas, alarmado, como si hubiese oído un grito, y era sólo mi alma, que se preguntaba, anhelosa: «¿Te querrá aún?». Sensación espantosa de que en aquel momento, sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, tú estabas empezando a dejar de quererme. Pero tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad esencial, básica, la interior. Y en la otra, asimismo, alma, en la exterior. «Nos veremos. No lo dudes nunca». Así, ¡qué gusto, qué alegría! El niño débil que hay en mí se consuela en estas palabras, se refugia en ellas, cobra ánimos y fuerza, cree en todo, todo posible. Lo exterior y lo interior. El plazo inmenso, sin límite, de querernos, y el plazo concreto, con fecha de vernos. Mi alma, mi vida necesitan saber que tu amor es posible lejos y cerca, entre tus brazos y con tu sombra…»
Cartas a Katherine Whitmore. Pedro Salinas.
En el verano de 1932, Katherine Withmore se matriculó en un curso sobre la generación del 98. El profesor era Pedro Salinas. Dicen que ella llegó tarde y se perdió la disertación sobre Unamuno. Al poco tiempo coincidieron y él se ofreció a pasarle los apuntes de aquella clase. Para eso se vieron en un café al día siguiente pero, mientras hablaban de Unamuno, el amor cayó sobre ellos como una tormenta. Después ella regresó a Estados Unidos y empezaron a escribirse.

Se sabe ahora que sus correos fueron constantes entre 1932 y 1947 y que hubo temporadas en las que se mandaban una carta diaria. Dicen también que Katherine intentó apartarse de aquel amor extraño y cuentan que Salinas enfurecido ante la idea, le dedicó sus poemas más bellos, “La voz a ti debida”, para atarla con ellos a su vida. Pero ella acabó casándose, estalló la guerra, enviudó, se distanciaron y cuando se reencontraron en la primavera de 1951, poco antes de la muerte del poeta, él todavía le reprochaba seguir sufriendo por ella… nunca comprendió porqué necesitaba más amor del que él le daba, si le entregaba todo el que era capaz de sentir.

Su correspondencia es el secreto que encierra ese libro que tengo en la estantería, esperando ser leído, y que hoy he hojeado para buscar un fragmento, porque quería escribir sobre el poder que poseen las palabras. Dejaremos que sea Salinas quien escriba el post dominical… ¡ya hablaremos de mis  cosas otro día!

No rechaces los sueños por ser sueños.

Todos los sueños pueden

ser realidad, si el sueño no se acaba.

La realidad es un sueño. Si soñamos

que la piedra es la piedra, eso es la piedra.

Lo que corre en los ríos no es un agua,

es un soñar, el agua, cristalino.

La realidad disfraza

su propio sueño, y dice:

”Yo soy el sol, los cielos, el amor.”

Pero nunca se va, nunca se pasa,

si fingimos creer que es más que un sueño.

Y vivimos soñándola. Soñar

es el modo que el alma

tiene para que nunca se le escape

lo que se escaparía si dejamos

de soñar que es verdad lo que no existe.

Sólo muere

un amor que ha dejado de soñarse

hecho materia y que se busca en tierra.

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Cada día soy más exigente con las personas de las que me rodeo y, tal vez por eso, disfruto más que nunca de la compañía de los otros. Han sido días de reuniones extenuantes, de largas charlas sobre lo importante de la vida, de cenas con compañeros de viaje… días luminosos y alegres donde hasta el cansancio estaba impregnado de amistad.

Ha sido este un tiempo feliz, como este post que no he escrito yo, aunque he venido aquí dispuesta a contaros que alguien ha escrito «me había perdido, arrastrado hacia lugares donde no había palabras» y quería hablar de eso, de que es en ese territorio donde habitan las palabras donde yo deseo vivir… y de más cosas que he olvidado al cruzarse Salinas (otra vez) en mi camino, pero que recordaré otro día y, no lo dudéis un instante, os contaré.

¡Feliz domingo, socios!

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