Barquito de papel. J.M. Serrat (*).
La mente humana debe asemejarse a los ojos multifacetados de las moscas, de otra forma, cómo convivirían la tristeza con el romper a reír por cualquier cosa, la alegría ante el saberse salvaguardada por los amigos con la pena de conocer un futuro sin el abrazo de quien te ha protegido de casi todo, el desprecio por algunas dolorosas ausencias con esta sensación de agradecimiento profundo por el amor generoso y compasivo del que gozo en estos días.
Tal vez sea solo cuando nos sentimos en peligro, cuando nuestros sentidos se vuelven tan sensibles como las miles de lentes, capaces de detectar espectros luminosos que nadie más ve, de la humilde mosca de la fruta. Lo percibimos todo, la lágrima que se esconde tras una sonrisa y la sonrisa que se oculta tras la lágrima, el chiste que intenta distraer del dolor, la valentía del que quiere acompañar aún a sabiendas de que, al regresar a su hogar, deberá detenerse en la primera esquina para recuperar el aliento y recomponer el gesto, y el sufrimiento de quien no sabe cómo ayudar ahora, pero estará después, que cada cual sirve para lo que sirve y todos somos necesarios.
Yo quise ser primero periodista y, cuando descubrí que existía el oficio de escritor y era compatible con cualquier otro, investigadora de las de bata, microscopio y sala iluminada por luz artificial. Imaginaba un laboratorio como si fuese una especie de refugio antiaéreo que me protegería de lo malo de la vida –como si alguien pudiese salvarnos de eso, o como si vivirlo no fuese lo que nos hace madurar- y la bata era para mí igual que el escudo para un caballero templario. Luego abandoné la idea, pero antes de eso crié centenares de moscas de la fruta, entre placas de Petri y botes algodonosos. Su final llegaba con el éter y a mí me dolía, porque había observado el baile del cortejo que precede al apareamiento y había visto nacer a sus crías. Nadie se salva del implacable ciclo de la vida, ni siquiera aquellos capaces de ver acercarse cualquier enemigo con sus ojos facetados. Sin embargo me resisto, me niego a sucumbir, antes de tiempo, a la amenaza de la nada.
Y la vida sigue y mañana empieza otra etapa -¡una más!- en la mía, afronto un nuevo comienzo, un cambio deseado, con responsabilidad pero sin inquietud, con respeto, pero sin temor. Atrás quedaron los anhelos de una perfección inaprensible, pero también el acomodo de lo ya visto, sentido, conocido y asimilado. Deseo utilizar la experiencia no para que me dé seguridad, sino para que me permita improvisar con sentido, tener consciencia de las cosas para mejorarlas sin sobresaltos.
Y sospecho que esta vez, entre la calina brumosa en la que se mueve mi vida, voy a divertirme y disfrutar con serenidad de la aventura.
¡Feliz domingo, socios!
(*) Lo sé, me repito, pero hoy no podía ser otra.
Imagen: De la galería de Olga Danylenko en Shutterstock
Los que somos de divertirnos lo hacemos con todo, sea bueno o no tanto …
¡Feliz verano! y un enorme abrazo
Completamente de acuerdo.
¡¡¡Feliz verano!!!