-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
El paraíso imperfecto, Augusto Monterroso
Escribo hoy desde el pequeño estudio donde solía escribir hasta hace unos meses. He regresado a mi casa y a mis cosas sin aspavientos, tal vez porque ya empiezo a sentir una absurda e inútil -por insaciable- necesidad de desdoblarme. Me reincorporo a la rutina con un sigilo que contrasta con el bullicioso día a día de los que se quedaron, pero que parecen agradecerme los objetos, que se muestran indiferentes a mi presencia o, peor aún, a gusto con el descuido a los que mi ausencia los ha sometido. Por un momento se me pasa por la cabeza que las plantas y los libros temen ser ahora menos libres, bajo mi cuidado. El paisaje, tras la ventana, sigue siendo el mismo, aunque cuando me fui ardía y ahora me acoge con una reconfortante tibieza otoñal.
La semana próxima empezaré mis vacaciones veraniegas, mil veces postergadas, porque así lo han querido las circunstancias y echo en falta como pocas veces antes el dolce far niente -aunque la lista de deseos para estos días empieza a ser preocupantemente larga-. Septiembre está siendo para mí como un lunes que no se acaba nunca y al que frenó la migraña esta semana. El cuerpo también opina y el mío exige descansar -y es impaciente ¿qué le costaba esperar tres días?-.
Me imagino vagando por las calles de la ciudad, haciendo mil fotos con la cámara que compré en el momento más inoportuno del mundo -y que debe anhelar salir de su mochila oscura para ver la luz de octubre, espero que eso la compense-, bajando a la pequeña tienda del Born donde compro el té verde a la vainilla que no encuentro en ningún otro sitio, escogiendo el portaminas que hará juego con el bolígrafo que un día le regalé a mi padre y que utilizo yo ahora, yendo al cine con T. y poniéndome al día de las exposiciones con J. Descubriendo cafés y revisitando librerías de esas que quedan a trasmano.
Y leyendo, sobre todo, leyendo. Tengo a Zola, a Malcom y a Didion esperando desde hace poco y a Bennett le debo una disculpa, porque siempre que empiezo su «Cuento de viejas» pasa algo inesperado y lo abandono. Le debo una disculpa y, claro está, una lectura sosegada y otoñal.
Vacaciones al fin. Días para hacer lo que quiera y compartir con quien quiero. Días llenos de maravillosos momentos imperfectos. Días míos. Diecinueve.
La Vida manda … intentamos organizarla, pero Ella manda …
Besos y abrazos … miles 🙂
¡Gracias, Juana! Mil abrazos también para ti.