En calma

Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo, pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Lo abrazo con todas mis fuerzas.

Carta de Albert Camus a su maestro, escrita en París el 19 de noviembre de 1957. El 10 de diciembre de ese mismo año, recogía en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura. Incluida en el Primer Hombre.

A Xon
Porque la quiero

Tengo la suerte de que casi siempre viajo por placer: unas veces por el placer de perderme, otras por el de reencontrarme. Este verano, que todavía colea, porque mucho de lo que está pasando ahora se sembró entonces y, sobre todo, porque sin el sosiego que recuperé aquellos días junto a la playa, lo que hoy me rodea sería imposible, este verano, como digo, lo pasé refugiada en casa de una amiga generosa, donde llegué sin apenas energías y donde tuve el privilegio de ser cuidada y consentida, hasta el punto de que todos mis males desaparecieron como por encanto y alargué la estancia mucho más de lo que pensaba hacerlo.

A veces olvidamos que vivir es un privilegio y que nada empieza ni termina en las ciudades. Yo, tal vez porque vivo al pie de uno de los pulmones verdes de Barcelona, valoro mucho el poder redentor de las plantas. Me gustan sobre todo los árboles, a los que aprendí a amar en mis años de estudiante de botánica. Como las personas, crecen lentamente. También me gustan los ríos que cruzan los núcleos urbanos, recordándole a sus habitantes que la naturaleza manda -o debería- y que debemos dejarlos fluir. Pero todavía más me gusta la manera como el ser humano ha resuelto la frontera fluvial que separa en dos mitades muchas poblaciones: tendiendo puentes. Pasan los siglos y nadie encuentra mejor forma de unión que esa ¡y mira que se han inventado cosas!

Pasé este verano que hoy me ha venido a la memoria, cerca del de la fotografía. Un puente bordeado por casas con colores y formas distintas, que han ido creando no un muro, sino un mosaico, a lo largo de los años. Cada una a su manera, demostrando que no hay mejor paisaje que el que se construye uniendo de forma armónica cosas diferentes.

Mi amiga, la que me dejó la casa, es muy distinta a mí y sin embargo, en lo fundamental, somos idénticas: nada está por encima de las personas, de la familia, o de la amistad. He aprendido mucho de ella, uno tiene los maestros que merece y no todos enseñan en una escuela.

Lo de que ha sido, y es, mi modelo a la hora de tomar muchas de las decisiones que la vida me obliga -como a todos- a tomar, creo que se lo he dicho, pero ha sido en pocas ocasiones. El caso es que hoy, en este domingo tranquilo; el té humeante sobre la mesa, la casa en silencio, el cielo limpio de nubes… he recordado el verano y he pensado que nadie, nunca, lo dice tanto como debería: Gracias. De todo corazón.

 

¡Feliz domingo, socios!