«Porque solo es feliz en el mundo el hombre que no tiene remordimientos, el hombre honrado. No pensará así quizá la ignorante muchedumbre, pero sí el hombre de buen sentido. Del hombre injusto no es bastante decir que no es dichoso; hay que penetrarse también de esta verdad: que hay un hombre todavía más desgraciado, que es el que comete impunemente la injusticia. Para el culpable, cualquiera que sea, no hay mayor desgracia que escapar al castigo, ni beneficio mayor que sufrir la pena que ha merecido»

‘Gorgias, o de la retórica’. Diálogos de Platón.
Colección Austral. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 1988.
Introducción de Carlos García Gual.
Traducción de Luis Roig de Lluis.

El viernes me di cuenta de que caminaba por la ciudad como si me estuviese despidiendo de ella, de que lo llevo haciendo ya un tiempo, sobre todo por las mañanas, desde la ventanilla del autobús. Escruto los edificios que me salen al paso en mi ruta hacia el trabajo, porque son los mismos pero ya no son iguales. Esta ciudad amanece cada día un poco más cansada, un poco más triste, un poco más harta de sus habitantes.

La diferencia entre la evolución y el deterioro es que la evolución se nota desde el principio, mientras que el deterioro solo lo vemos cuando el proceso está muy avanzado, tanto que, si detenerlo es una tarea de titanes, revertirlo es imposible.

No sufro por Barcelona, ambas sabemos que resistirá esta etapa de tensión continua en la que estamos instalados, y que si bien ya nunca volverá a ser la misma, no tiene por qué ser peor. Aunque no será mi generación la que vuelva a verla florecida, nosotros no la disfrutaremos cuando se recupere de este zarpazo. No nosotros, que hemos sido capaces de ver cómo se marchitaba sin hacer nada, no nosotros, provocadores, consentidores y sufridores de esta cotidianeidad, en la que solo algunos tenemos miedo de que se rompan los lazos que sujetan la red de afectos que nos salvará cuando lo realmente malo -lo que nos es ajeno, lo que no está en nuestra mano arreglar ni estropear: la enfermedad, la muerte- llegue.

A veces uno desea escribir sobre algo, pero acaba siempre escribiendo sobre lo que necesita, porque mientras la necesidad es urgencia, el deseo es lujo caprichoso.

Tengo una amiga que se está despidiendo de verdad de esta ciudad de insomnes y no me atrevo ni a imaginar lo que sufre. Es una mujer culta, discreta, acogedora, que ya no tiene fuerza para soportar la mirada de un amigo, pero que nos manda recados resignados a través de sus hijos. Cuando pienso en ella, consciente de que pronto perderá lo que más ama, ¡me siento tan lejos de esos otros amigos, que han antepuesto la comunión multitudinaria al abrazo de alguien con quien puede que solo te una el amor, siendo como es el amor la más improbable de las coincidencias!

Le han dado el Nobel a Ishiguro, uno de mis escritores favoritos. Lo adoro porque sus libros, tan distintos entre sí, tienen siempre un denominador común: nos recuerdan que vivir es una actividad sencilla, hasta que algo falla y uno se da cuenta de que corre el riesgo de perder lo que siempre dio por sentado que estaría ahí, donde siempre estuvo, esperándole para respaldarle cuando lo necesitara.

Hace ya mucho tiempo que oí decir a un conocido, refiriéndose a su negativa a reconciliarse con su pareja de entonces, un refrán que yo desconocía: “un plato roto ya solo puede ser un plato pegado”.

Cuando todo esto pase –que pasará- habrá que pegar muchos platos. A sabiendas de que ya nunca volverán a ser lo que fueron. Porque un día, no tan lejano, se merecieron esa segunda oportunidad.

Cuando todo esto pase fingiremos que los silencios con los que intentamos proteger el vínculo que nos unía no existieron y nos aferraremos a la ilusión de que la amistad es indestructible.

Cuando todo esto pase miraremos de otra forma, más cálida, más solidaria, a todos esos desconocidos que nos sirvieron de refugio en los momentos difíciles. Porque son posibilidades de establecer nuevos vínculos, a pesar de la edad y las circunstancias. Porque nada es nunca malo del todo.

Cuando esto pase me faltará ella, que no desea abandonarme, pero a la que la vida se niega a regalarle más tiempo. Ella y su amistad, que permanecerá intacta y ligera como la pluma de un ave. Y eterna.