«[…] yo a veces me pregunto si éramos nosotros, esas dos personas, hace casi veinte años, por Via Nazionale; dos personas que conversaban tan amable, tan educadamente, mientras se ponía el sol; que hablaron de todo un poco y de nada; dos amables conversadores, dos jóvenes intelectuales de paseo; tan jóvenes, tan educados, tan distraídos, tan dispuestos a dar el uno del otro un juicio distraídamente benévolo; tan dispuestos a despedirse el uno del otro para siempre, aquel atardecer, en aquella esquina.»

‘Las pequeñas virtudes’, Natalia Ginzburg.

En los últimos tiempos no paro de aprender cosas que ya sabía, pero que había olvidado. A veces la realidad se empeña en convertir en normal lo extraordinario y la gente que como yo se dedica a observar y anotar lo que le rodea, concentrada en el detalle, descuida lo importante.

Cuando somos jóvenes el amor es para nosotros una realidad cambiante –al menos así lo fue para mí-. Nos creemos las canciones que cuentan que solo existe en el mundo una persona capaz de amarnos y que merece ser correspondida con nuestro amor. Entonces te enamoras como solo un adolescente puede hacerlo, convencida de haber tenido mucha suerte de que el hombre de tu vida no haya nacido en un país lejano, porque ¿cómo lo habrías conocido entonces? ¿no es milagroso que el destino haya querido que viváis en la misma escalera, que vayáis al mismo colegio o que sea el mejor amigo del hermano de tu mejor amiga? No has tenido que viajar miles de quilómetros ni aprender una decena de lenguas hasta dar con la que él habla. Ha sido tan fácil encontrar al amor de tu vida…

Pero un día se acaba ese milagro y con la misma intensidad que pensaste que lo habías encontrado, piensas ahora que el amor no te dará más oportunidades. Ves las parejas en el parque y te dan pena, porque ellos no saben todavía que el amor no existe, mientras que tú, tan joven, ya conoces el dolor y vislumbras tras él la melancolía de un porvenir solitario e indoloro.

Pasa el tiempo y conoces a alguien. Se parece a todo el mundo, no es ni muy alto ni muy bajo, ni arrebatadoramente guapo ni espeluznantemente feo, ni siquiera tiene dones que a ti te parezcan extraordinarios, porque son los mismos dones que tienes tú y –sin motivo- crees que también el resto de la gente. Hay algo sin embargo en lo que él no se parece a nadie: cuando habla y cuando escucha sientes como si su boca y sus oídos solo existiesen para conversar contigo. Y notas cómo tu corazón vuelve a incendiarse. Entonces empezáis a construir juntos el mundo que os rodea y dejáis pasar la vida, que es rica y variada, porque no os gustan las mismas cosas sino todo lo contrario. A uno le gusta la soledad y al otro perderse entre el gentío, uno disfruta con la quietud y el otro vive en un continuo movimiento. Y no vuelves a pensar en el amor de tu vida hasta que un día te das cuenta de que la sola idea de soltar su mano te enloquece y te escuchas decir “es mejor no querer a nadie, así no se sufre nunca”. Si alguien te oye y te dice que eres tonta y te ayuda, pueden ocurrir dos milagros: que descubras que hace mucho tiempo que vives con el amor de tu vida y que tomes consciencia del nacimiento de una amistad, porque si algo define a un amigo es que no te abandona nunca a tu suerte.

A veces, los amigos no piensan como tú en algunas cosas y esas cosas que os separan se vuelven de repente importantes, es entonces cuando la amistad –tanto si es antigua como si acaba de brotar- se pone a prueba. No hay que preocuparse demasiado, si los amigos consiguen seguir hablando de cualquier cosa y no solo de aquello en lo que están de acuerdo, si entienden que deben aprender a disentir sin herirse, convencidos de que la amistad que comprometen al enfrentar sus ideas, vale más para ellos que el bando que defienden. Pero ante todo, para que la amistad resista los altibajos de la vida, los amigos deben darle al otro el beneficio de la duda, preguntarle la razón por la que hace algo, ponerse en su lugar e intentar comprenderle. Luego, desde el respeto, pueden mostrarle su desacuerdo ¿cómo no van a poder, si los amigos están precisamente para eso? ¿quién va a protegernos de nuestros errores si nuestros amigos se inhiben de decirnos lo que piensan? ¿y quién los protegerá a ellos si nosotros callamos?

El amor y la amistad no son fáciles, ni abundantes, ni eternos… pero son lo más valioso que puede tener un ser humano. Esa es una de las cosas que he vuelto a aprender en los últimos tiempos y que no quiero volver a olvidar.

¡Feliz domingo, socios!