Había resuelto no conformarse con una vida inerte, como la que claramente esperaban que tuviera aquellos pocos que sabían algo de ella. Saldría al mundo, a ver si encontraba alguno de esos placeres sobre los que había leído en los libros
Miss Mackenzie. Anthony Trollope
El viernes, fiel a mi cita semanal (aunque ahora muy corta, por culpa de mi nuevo horario) con ma soeur Thérèse, me acerqué hasta los confines que habita mi librero pelirrojo y, al no encontrar al primer intento, el libro de misterio que me habría de servir para desconectar del trabajo y sumergirme de lleno en las ansiadas (y, este año, largas) vacaciones navideñas, fui a preguntarle donde estaba. Ya puestos, le comenté todo lo referente a mi escucha furtiva de su recomendación a otro cliente y lo mucho que me había gustado el libro de Peter Cameron del que os hablé la semana pasada. Quería saber si había leído Coral Glynn y, en ese caso, qué opinaba de la novela, porque la crítica ha pasado suavemente sobre ella, sin atreverse a ensalzarla con demasiado entusiasmo, con una prudencia que a mí siempre me provoca interés. «Es desconcertante, porque no se parece en nada a la anterior; a mí me gustó mucho, pero, si te la llevas, quiero que me digas lo que opinas tú», me pareció curioso que al despedirnos, ya cargada de libros, insistiese sobre el hecho de que deseaba saber si Coral Glynn me había o no gustado.
Para empezar diré que, efectivamente, si «Un día este dolor te será útil» es una novela eminentemente norteamericana, con un estilo directo, despojada de todo lo que pudiera o pudiese parecer remotamente superfluo, «Coral Glynn» es una especie de rememoración de las novelas inglesas del siglo XIX… y no solo porque la acción transcurra en una mansión junto a un bosque solitario y agreste, en un impronunciable pueblecito británico, sino porque abunda en las descripciones, es más parca en diálogos que la primera y lo que no pasa es siempre más importante que lo que sucede, lo que solo se apunta prima sobre lo que se cuenta, el pasado se cierne sobre el presente, impregnándolo todo, en un intento por dejarle al futuro una sola salida. Supongo que Coral Glynn me ha parecido una novela emocionalmente claustrofóbica; pero también realista: la vida siempre encuentra el camino, el universo sentimental se expande lentamente haciendo que aparezcan nuevos y pequeños agujeros por los que la felicidad pugna por colarse y lo consigue.
Pero hay dos cosas que las dos novelas de Cameron tienen en común: la primera que están escritas con un estilo extremadamente depurado y la segunda, que me han atrapado desde la primera página y las he leído prácticamente del tirón.
Ayer me desperté muy temprano, el día anterior había preparado comida para los tres adultos que vivimos oficialmente en casa y añoraba mi antiguo rincón de lectura, mi sillón floreado junto a la biblioteca. Allí fue donde empecé a leer la novela. La acabé ya metida en la cama, tras lo que acabó siendo un bonito e improvisado día, en el que, tras una salida matinal, ajetreada y alegre, cada interrupción era una llamada anunciando su visita. Es decir que empecé y acabé el día leyendo y me puse a dormir con el aturdimiento de la historia en la cabeza.
Yo distingo las buenas películas no porque me emocionen hasta provocarme el llanto o porque me hagan reír, sino porque permanecen en mi memoria al día siguiente de haberlas visto. De alguna forma me plantean algo en lo que no había caído y me obligan a vencer la desidia o el miedo a pensar sobre ello. Bueno, pues esta novela hace eso: al acabarla no estaba maravillada ni horrorizada, ¡estaba desconcertada!
Hoy, al despertarme, sabía que era una de las mejores novelas que leeré este año. También que no me atrevo a recomendársela a todo el mundo. Solo le gustará a aquellos que, como yo, amen esa especie de efecto retardado que hace que se graven en nuestra memoria algunos títulos, que guardamos celosos, a la espera del olvido que nos permita releerlas, disfrutando de ellas como la primera vez.
Para hoy (en cuanto cuelgue esta entrada, me prepararé una tetera humeante y me lanzaré al diván) tengo reservada «Perdida» de Gillian Flynn, que fue la novela que creía haber ido a comprar el viernes y a la que espero dedicarle buena parte del día, que se presenta tranquilo, tras el dulce alboroto de ayer.
Tengo muchas amigas casadas. Felizmente casadas no tantas, pero tengo muchas amigas casadas. Las pocas que son felices son como mis padres: les desconcierta mi soltería. Una chica lista, guapa y agradable como yo, una chica con tantos intereses y entusiasmos, un trabajo guay, una familia cariñosa. Y, reconozcámoslo: dinero. Fruncen los ceños y fingen pensar en hombres con los que poder emparejarme, pero todos sabemos que no queda ninguno, ninguno bueno, y yo sé que en secreto piensan que no soy del todo normal, que en mi interior se oculta algo que me vuelve a la vez insatisfecha e imposible de satisfacer.
Perdida. Gillian Flynn.
Cerca ya de mediodía llamó una amiga y nos pusimos a hablar hasta que decidimos que quizás fuese mejor vernos (sobre todo porque ella vino cargada de imágenes de su último viaje a Las Maldivas y en esas fotos aparecían personas muy queridas también para mí). Iba a ser una reunión de adultos, pero entonces llamó A. preguntándonos si podían venir los niños a comer y lo que iba a ser una digestiva comida de pescado a la plancha con verduras, acabó siendo un jolgorio de espaguetis y merluza rebozada. Las buenas notas merecieron también un pastel de chocolate y una tarta de manzana con la que Xon vino cargada desde su casa.
Las reuniones improvisadas siempre me han parecido mejores que las encorsetadas comidas que se organizan porqueesloquesehaceenestasfechas. Lo cierto es que estas Navidades (para variar) prometen muchos y buenos encuentros… y no podían haber empezado mejor.
¡Feliz Navidad, socios!
Mientras te leía, he pensado que no recuerdo la última vez que dispuse de un día entero para la lectura, pero en seguida me di cuenta de que ahora soy más avariciosa del silencio que me permite mecerme en lo que no está escrito. Supongo que son etapas, no las cuestiono, simplemente las disfruto.
¡Feliz domingo y felices fiestas Francesca! 🙂
El silencio es un bien tan escaso que cada día lo aprecio más… y el silencio lector ya ni te cuento.
Gracias por pasarte por aquí hoy y recordarme que tenía que felicitar la Navidad, ni siquiera había pensado que el próximo domingo ya habrá pasado ¡tan entusiasmada estaba con lo de tener vacaciones que ninguna otra cosa importaba! 🙂
Un abrazo, Isabel.
La verdad es que me ha sucedido algo parecido a lo que comenta Isabel. Imaginaba lo que es acomodarse y dedicar buena parte del día (por qué no todo) a la lectura tranquila y reposada de historias bien contadas, y el tiempo que llevo sin hacerlo. Te imaginaba en el diván…., pero yo te envidiaba con cariño.
Te deseo unos próximos días tranquilos y propicios que te permitan disfrutar.
Un abrazo Francesca 😉
Pues ahora te voy a dar otro motivo de envidia: la novela ha resultado ser de esas hipnóticas y «me voy a ver obligada» pasar otra tarde leyendo (la de hoy, a poco que pueda) porque no puedo esperar a saber cómo acaba mucho tiempo 😉
Gracias por venir a verme hoy, Jose, espero que estos días sean para ti también tranquilos y llenos de felicidad.
Un abrazo.