T. Pollock Anschutz. Mujer escribiendo en una mesa
Jessica Molaskey. A kiss to build a dream on

«Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría.»
Demian. Herman Hesse
El libro que tengo preparado para leer hoy es una compilación de cartas de Raymond Chandler, otro amante del género que, como yo, gustaba escribirlas al amanecer.
Escribir aquí me hace de alguna forma extraña, feliz, y creo que eso es porque estas entradas no son más que cartas a desconocidos (y no tanto) y si hay algo que me gusta es escribir cartas… y leerlas.
Pongo sumo cuidado en ellas y las transformo en una manera, voluntariamente lenta, de relacionarme con otros. Corrijo, borro, resumo, cambio el adjetivo, vigilo las concordancias… las mimo como lo que son, una oportunidad de mostrarme tal y como realmente soy, sin que las mentiras que acarrea la realidad deformen ni oculten a la persona que quiero ser.
Cuido incluso las cartas de trabajo, las reclamaciones, las notas de agradecimiento, pero como más  disfruto es escribiendo a los amigos que sé que las esperan y aman recibirlas. Porque las cartas crean lazos, o los estrechan y porque, en mañanas como la de hoy, pueden también curar.
Valoro especialmente a las personas que dedican parte de su tiempo a escribirme e intento detectar en qué frase pusieron el alma y en qué renglón se entrecortó su aliento, si lo hizo. Escribir es un esfuerzo gozoso, pero un esfuerzo al fin y al cabo… y una carta es el más personal de los regalos que nadie puede hacernos, porque el que escribe se queda (nos quedamos) indefenso ante nosotros, en una entrega generosa y arriesgada, a cambio de muy poco… o de mucho, tal vez de casi todo.

Quien te escribe te recuerda (y lo confiesa) y ese saberme en la memoria de otro a mí me incita a soñar (a soñarme), mejor que lo que soy, pero también me obliga a calmar la duda del otro y contestarle, aunque solo sea para que sepa que yo (también) le recuerdo…

«No sé porqué escribo tantas cartas. Debe ser que mi mente, 
por suerte, es demasiado activa.»
Raymond Chandler

………

El jueves me despisté y olvidé por un momento mi intolerancia a la lactosa, y mi existencia meramente física le declaró la guerra a todo lo demás que anida en mí, de manera que lo único que he hecho estos días ha sido librar batallas con el dolor y dormir en las cortas treguas que este me concedía. Hoy me he despertado a media noche, casi sin migraña ya (aprovecha el menor resquicio para aparecer, a traición, entre cualquier otra dolencia), pero todavía con ese latido sordo, que me recuerda que sigue ahí y sumida en la neblina resacosa entre la que siempre me deja, y he decidido que dedicaré el día a este blog y a leer, sin atreverme a más; frágil como me siento… y un poco perdida. 
Y a eso voy. Sin ser demasiado exigente esta vez, porque no puedo, pero también porque esperaba un amanecer distinto, convulso… y el alba está siendo tan apacible que no me fío.
Hoy, más que nunca, os (nos) deseo un feliz domingo.
www.elclubdelosdomingos.com