Pensé en la fascinación que sentiría Gatsby al ver la luz verde al final del embarcadero de Daisy. Había recorrido un largo camino hasta aquí. Creyó imposible no poder alcanzar su sueño, aparentemente tan cercano. Ignoraba que ese sueño ya había quedado atrás.

El Gran Gatsby. Francis Scott Fitzgerald

♫ What’ll I Do?

 

A veces me parece que para entender al mundo debemos aceptar que las dos emociones que lo mueven, a gran distancia de todas las demás, son el miedo y la confianza. No son, como podría parecer, sensaciones opuestas, sino complementarias: la confianza nos permite superar el miedo y el miedo impide que nos despeñemos por el precipicio al que la confianza ciega nos conduciría. Sin embargo, las pocas veces que he manifestado esta opinión en voz alta, los que me escuchaban han protestado todos a una, al grito de que el motor del mundo es el amor ¡cómo si el amor no fuese la máxima expresión del triunfo de la confianza sobre el miedo!

Paseo estos días por una ciudad ciega y temerosa, tal vez sea solo yo la que lo noto, pero las calles están tristes, los comercios cambian de sitio o echan el cierre y ya pocos confían en estar mañana donde se hallan hoy. Los miércoles de cine, en los que antes nos molestaban los susurros de otros espectadores charlatanes, se han convertido casi en sesiones privadas, en salas que pocos frecuentan. Pero intento no cambiar mis mejores costumbres, a pesar de que ya casi nada es como era y parece que nadie confía en que vuelva a serlo. Sin embargo, a veces me sorprendo mirando hacia el cielo, en busca de esa belleza fácil e inmediata que nos brinda la visión de las nubes, intentando escapar de este lugar en el que siento que tengo privilegios, pero que se ha vuelto sombrío para tanta gente.

Y me parece normal que, justamente ahora, regrese alguien como Gatsby, aunque no sé como será el que ahora nos presenten. Por si acaso, aquellos de vosotros que todavía no hayáis tenido ese placer, deberíais correr a leer la novela de Fitzgerald, para conocer a ese hombre que confía en el recuerdo distorsionado de un amor que no merece ni un minuto de pensamiento suyo, a ese amante que inspira a la vez piedad y miedo, a uno de los mejores personajes masculinos de la historia de la literatura.

 


 

La semana pasada me ausenté, envuelta en esas prisas sin sentido, que siempre me han parecido ridículas, y que suelen aparecer en el último trayecto de un proyecto largo, como si la urgencia fuera a darle más importancia de la que ya tiene. El esfuerzo constante, el compromiso, la reflexión, la duda razonable… nada de eso parece valer tanto como la agitación de esa última hora frenética. Pero en este caso, todo puede perdonarse, porque habría valido la pena llegar hasta aquí, incluso si no lograse traspasar la puerta ante la que ahora me encuentro.

Mi vida suele dividirse en ciclos de 2, 5 o 10 años, según el aspecto que de ella se contemple. Lo tengo más que comprobado. Ahora se acerca uno de esos cambios de ciclo y estoy alerta, haciendo acopio de calma, por si luego llega la tormenta y necesito serenidad para controlar el rumbo. O valor para dejarme llevar, según se tercie.

«Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado»

 

¡Feliz domingo, socios!

 

Fotografía: W57St. A. Irigoyen