Cuervos

De modo que yo, un pájaro migratorio, sufro la necesidad de regresar al lugar del que provengo antes de que la estación y el sol indiquen mi regreso. ¿Me toca en primavera, verano o invierno? Aquí vivo en una perpetua otra estación, incapaz de interpretar el cielo, el sol, la temperatura, las señales para regresar. ¿Es acaso añoranza?

Hacia otro verano. Janet Frame.

♫ Quiet Nights of Quiet Stars

El lugar donde se leen, escriben, escuchan o cuentan historias cuando se es niño, acaba siendo un espacio cargado de emociones al que nuestra mente regresa, en busca de consuelo, una y otra vez.

La vida imaginada nos salvaba de la otra, la que nos rodeaba de un exceso de ternura o de fealdad, según se terciara. Nunca fue la real una existencia a la medida de un niño, pero la ficción nos liberaba ¿para qué soñamos las personas si no es para escapar?

Luego crecemos y la cosa no cambia demasiado. Vayamos donde vayamos buscamos un espacio propio, porque uno puede reírse en muchos sitios, pero para llorar no vale cualquier parte.

Y no debe sorprendernos que el refugio donde habitan nuestros cuentos infantiles y aquel en el que curamos nuestras heridas sea el mismo, porque llegamos hasta allí huyendo, no importa de donde, y salimos soñando con la esperanza de que el mundo (esta vez sí) nos reciba de forma compasiva y aprecie lo que en nosotros hay de bueno solamente.

Pero siempre, incluso del lugar más acogedor y apartado, debemos regresar. Con el otoño y con la lluvia. Con la luz. Volvemos como las aves a los lugares del pasado. Nos apoyarnos fingiendo despreocupación en el marco de la puerta, elevamos la vista mirando a las empinadas escaleras, tomamos aire y disimulamos la ansiedad mientras las subimos, de dos en dos si es preciso, suplicando que nadie note que todo, hasta la ligera sombra de nuestra sonrisa, es impostado.

………

¡Qué engañoso es el tiempo!

Ha aparecido alguien tras varios meses y de repente era como si hubieran pasado horas. En cambio, otro alguien se ha esfumado unos días y han pasado años.

Le he puesto gestos a quien solo conocía a través de las palabras y en un minuto he sabido lo que se tarda una vida en saber y, sin embargo, he descubierto que a quien creía transparente no me bastaría con la eternidad para sentir que le conozco.

El tiempo se detendrá en mi mesa hoy, cuando mi padre sople las velas del pastel. Porque él celebra la vida y eso la vida se lo agradece.

Y volarán las horas cuando, en este otoño que amanece, desde mi rincón, emule el vuelo de los pájaros migratorios.

Huyendo de ningún sitio, sin ir a ninguna parte. Como siempre. Una vez más.

¡Feliz domingo, socios!