Footprints. JoshuaDavisPhotography.com en Flickr
El paso del tiempo es uno de los grandes misterios de la vida, porque debería, pero no a todos nos afecta por igual.
Yo fui una especie de niña-adulta (por descreída) y resulta que ahora soy algo así como una adulta-niña (por entusiasta… o por ingenua, ¡vete tú a saber!)… y entre las dos personas, hay un territorio vivido, según algunos, con una intensidad innecesaria. Pero ha sucedido así, sin planearlo.
Alguno de esos filósofos que tanto me gusta leer, dijo que los deseos deben ser imposibles, para que no se cumplan nunca, porque el deseo cumplido nunca es tan placentero como la emoción previa que genera. Lo entiendo, aunque carezco de la virtud de la resignación y, queriendo algo, no puedo parar hasta conseguirlo… o salir magullada del intento. A veces ambas cosas a la vez ;-).
Lo malo del transcurrir del tiempo es que me hace tomar conciencia del auténtico significado de la palabra “velocidad”, agudiza mi impaciencia y me entran las prisas por quemar etapas, por llegar, aunque sé que lo importante es el camino…
Esta ha sido una semana de humor cambiante, de andar a trompicones, de parar a reflexionar, de precipitaciones. Y, por algún motivo extraño, una tiende a quedarse con la última sensación… y estoy en un sobresalto de espera, no de acción. Algo raro en mí.
Pero que no cunda el pánico, en algún sitio guardo algo de esa sensatez que dan los años y que (tal vez) me protegerá. Además, estoy convencida de que siempre, a todos, nos quedará París… y que París, como el “País de Nunca Jamás”, puede estar en cualquier parte.
¡Hasta pronto!
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