Eating Candy. A. González
La vida. Silvio Rodríguez

“Querido diario, suspiró Abram con un marcado acento ruso: en medio de una fría y tormentosa noche, roto por el dolor, he encontrado finalmente a una chica que está convencida de que me conoce de algo –Ora dio un respingo de desprecio-, en resumen, continuó Abram con su representación, investigadas todas las posibilidades y descartadas todas las descabelladas propuestas de ella, he llegado a la conclusión de que puede que nos conozcamos del futuro.”

“… y se dio cuenta de que se había olvidado de la mayor parte de lo sucedido, excepto de él. Y eso que tampoco lo recordaba del todo, por lo menos no como recordaría a alguien que hubiera visto y conocido de verdad, tanto que ni siquiera sabía muy bien cómo tenía las facciones porque todas se le mezclaban hasta formar, en ocasiones, varios rostros diferentes y lo que le quedaba, al fin y al cabo, era ese calor de llamarada que irradiaba de él constantemente. Sin Abram Ora sentía frió, literalmente se congelaba”.

La vida entera. David Grossman
A veces pienso que la ira, el enfado, la actitud de defensa, la de ataque… nos vienen dadas de serie, como recurso de supervivencia… ¡nos parecemos todos tanto en el odio!
Sin embargo, a amar nos enseña la vida y por eso amamos como vivimos… ¡cada uno a su manera! Algunos con prudencia, otros con frenesí, estos derrochando calidez, aquellos rozando la indiferencia…
Le añadimos al amor sexo y a eso le llamamos «amor». También lo adjetivamos: si crece bajo el mismo techo, entonces es «amor fraternal» y si se halla envuelto en orgullo pasa a ser «amor propio». Pero si dejamos el amor desnudo, sin más aditamento, no le llamamos «amor», le llamamos «amistad»… y así tratamos al amor esencial, como a un amor de menor rango que el otorgado al amor mezclado con cualquier otra emoción.
¡Valiente tontería!
….
Pienso esto mientras me tomo un té de canela y saboreo nubes rosadas, ositos de colores y espirales de regaliz. El viernes atisbé dos días de trabajo duro en el horizonte y corrí a despertar a la niña que llevo dentro, para que me ayudase a sobrellevarlos, transformando los informes en libretas de cuentas y las memorias en álbumes coloreados… entonces ella me pidió chucherías y ¿qué otra cosa podía hacer yo si no acercarla a una de esas tiendas donde la tentación es dulce y coloreada?
Necesitábamos las dos uno de esos premios infantiles que no hay que ganar, que se merecen porque sí, por estar ahí, ella trabajando y yo renunciando a sumergirme en la historia de Ora, que me espera como un imán en la mesilla de noche… aunque llego allí rendida, leo poco y además no dejo avanzar la novela, hipnotizada por ese primer capítulo al que regreso una y otra vez en busca de una frase, de una tierna golosina hecha de palabras…
¡Feliz domingo, socios!
(… estoy dejando el teclado perdido de azúcar… de amistad… de delicioso amor dulce y pegajoso… uffff…)
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