Pachulí, mirra, rosa damascena

 “Si alguien es capaz de amar productivamente, se ama a sí mismo; si solo puede amar a otros, no puede amar en absoluto.

El arte de amar, de Erich Fromm

**************

Supongo que a estas alturas ya estáis pensando lo mismo que yo, que para escribir un post de ciento en viento mejor cerrar el blog y que cada vez que publico algo prometo que alcanzaré el ritmo que tenía antes. Yo soy de las que se resisten a admitir que los blogs han muerto, pero supongo que si lo han hecho ha sido por gente como yo, que se propone hacer muchas cosas pero hacer, lo que se dice hacer, hace poquitas. Una pena, yo antes era una mujer de palabra.

Podría escudarme en que me he cambiado de ciudad y los últimos meses los he pasado comprando, desde un colador hasta una máquina que limpia los cristales sola, o en que estoy en una fase de mi vida en la que hago solo lo que me apetece y, tal vez porque soy novata en eso, me apetecen demasiadas cosas: leer hasta los prospectos de los medicamentos, ver películas de superhéroes, cuidar de las tres plantas que tengo en casa y quitarme de paso la etiqueta de mataplantas que arrastro desde que se me murió un cactus, aprender a cocinar gachas y migas, que MA. ha aprovechado este último viaje suyo para darme un curso intensivo de cocina tomellosera que no hay dinero para pagar eso, conocer nuevos rincones de Santander, meditar cada mañana, y sí, de vez en cuando, todavía, echarme unos llantos, pero cada vez menos, no porque yo me escaquee de la pena si no porque los recuerdos sonrientes han ido creciendo poco a poco y van rellenando huecos del pasado, que es el país al que uno va cuando llora.

Pues eso, que tengo muchas excusas pero no voy a poner ninguna, aunque todas son verdad, como también lo es que por razones logísticas dejamos el estudio para el final y hasta hoy no he tenido un lugar donde escribir en condiciones, con su silla ergonómica -una odisea ha sido, parece mentira- y su reposapiés. Digamos que he empezado a cuidar de mí y como todavía estoy en rodaje, me aturullo y me falta tiempo, digamos también que me he vuelto un poco gandula y he cogido la costumbre de tumbarme en el sofá desde el que veo a la gente esperar en la parada del autobús, pasear al perro o pasearse a sí mismos y me quedo dormida como un bebé, a pesar de que duermo ocho horas casi cada noche. Digamos también que veo vídeos en la televisión, de una filipino-finlandesa a la que prácticamente le he copiado la decoración, de una tailandesa que me ha enseñado a cocinar los fideos de arroz… pero, sobre todo, en lo que invierto más tiempo es en estudiar inglés, para poder llenar de sentido las cuatro palabras que cruce con los amigos de J. cuando me los presente y para poder moverme por su nuevo país sin problemas. A mí es que si me quieres poner en marcha para hacer algo, no hay como darme una motivación, y mejor que esta no la voy a tener…

Hoy hace un día cantábrico – así me ha dado por llamarlos a mí – de esos que hace un rato de sol y otro de lluvia, con poco frío, pero el suficiente como para que apetezca quedarse en casa haciendo esas mil cosas que os he dicho y escribiendo en El Club.

¡Feliz domingo, socios!

Imagen: Una calle de Santander (F.C. 2022)