Cuando deseas con todo tu corazón que alguien te quiera, nace una locura que despoja de todo su sentido a los árboles y al agua y a la tierra. Y para ti no existe nada, excepto aquello tan profunda y amargamente anhelado. Y esto es lo que todo el mundo siente desde que nace hasta que muere.
Denton Welch. Diario, 8 de mayo de 1944, 23.45 h.
A veces hablo sola. Por eso sé que lo que él hace es otra cosa.
Coincidimos en el último de los autobuses que tomo cada mañana, justo en el que me deposita casi a las mismas puertas de la panadería-cafetería donde suelo acabar de despertarme.
En el autobús intenta siempre sentarse en el mismo lugar. Primero pensé que tal vez tuviese algún tipo de trastorno compulsivo que le hacía repetir una y otra vez las mismas acciones, pero lo cierto es que todos los que subimos a esas horas, en las que todavía se puede elegir, tendemos a repetir asiento, como si fabulásemos con la posibilidad de estar todavía en una prolongación protectora de nuestra propia casa. Unos minutos más en el nido, por favor, antes de volar hacia el mundo.
Reconozco que pensé en lo de su compulsión porque, desde que lo encuentro en la parada, no deja de hablar con un imaginario amigo, que solo él es capaz de ver. Yo, en ocasiones, a solas, también hago eso. La diferencia es que a él su amigo le contesta.
Mañana, como es lunes, la conversación versará alrededor de los resultados de la liga de fútbol. No siempre están de acuerdo en ese asunto y me temo que son de distintos equipos, aunque, a pesar de que últimamente intento sentarme en un lugar desde el cual me sea fácil escuchar sin parecer cotilla, no he logrado saber (tal vez por mi escaso conocimiento sobre ese asunto) quién es de qué equipo concreto. En todo caso, son discusiones civilizadas, sin alboroto, en las que únicamente noto que el tono se vuelve algo más arisco, un poco agrio incluso. Eso no pasa cuando conversan sobre otros temas.
Sube al autobús y, al contrario de lo que hacemos los demás, se quita el abrigo y se pone cómodo. Su trayecto es largo y él sí que se siente como en casa. Creo que al resto de pasajeros nos da un poco de envidia saber que, de todos nosotros, es el único que nunca se sentirá solo.
Estoy recuperando el hábito de la lectura poco a poco, sin atropellos, así que hace una semana, recordé una recomendación que mi librero pelirrojo le hacía a otro cliente y me compré «Algún día tu dolor te será útil» de Peter Cameron (hoy os estoy dando una idea penosa de mí y mi necesidad para fisgar en las conversaciones de los demás, pero es que yo no tengo el don de la inspiración: yo observo, escucho, imagino…).
Sé paciente y fuerte; algún día este dolor te será útil.
Ovidio.
Quien os diga que cuando empieza a leer sobre las andanzas de James Sveck no las asocia con las de Holden Caulfield, puedo aseguraos que os estará mintiendo. Enseguida, afortunadamente, se deja de comparar, al menos eso es lo que me pasó a mí, ¿quién necesita una comparación con Holden? Sveck menos que nadie, porque su historia, más cercana, menos intensa, pero igualmente llena de socarronería e inteligentes reflexiones, engancha desde el minuto uno. Puede que yo sea extrema para esas cosas y que a eso se uniese el hecho de que hacía tiempo que buscaba un libro que, además de ofrecerme una cuidada prosa, fuese capaz de arrastrarme de la mano por sus páginas. El motivo exacto lo desconozco, pero el caso es que lo leí del tirón, uno de esos sábados en los que los astros se alinean y dispongo de un soleado y solitario día.
Mi pequeño libro verde y un té negro muy cargado fueron suficientes para transportarme al neoyorquino y cálido verano de 2003. Y allí pasé el día, con James, su hermana Gillian, su culta madre, su acaudalado padre, el elegante e ingenuo John Webster y otros personajes que pivotan a su alrededor. Todos ellos vistos a través de las pupilas de James, que nos cuenta una deliciosa historia, llena de ironía y sucesos cargados de lógica y, aún así, inesperados, que parecen empujarlo para que abandone a toda velocidad la adolescencia y se convierta en un joven adulto, es decir, en alguien capaz de perdonar y, sobre todo, ser consciente de que también necesita ser perdonado.
En realidad, el libro no nos cuenta ningún suceso memorable. No ocurre nada extraño, excepto la vida, que lo traspasa y deja un rastro en sus páginas… como si fuera un regalo.
¡Feliz domingo, socios!
A mi también me gusta escuchar a lo que hablan en los transportes públicos, soy muy curiosa XD
Otro lugar que me encanta para aprender historias increíbles son los cafés; te sientas en una mesa de estas que hay en las esquinas, que casi no se ven, te tomas algo en silencio y… supongo que, simplemente, desapareces, porque la gente sentada junto a ti habla como si nadie pudiese oírles 🙂
Yo soy un gran aficionado a curiosear en los transportes públicos. Los utilizo como observatorio, como oficina y como lugar de lectura y meditación. A veces cojo un autobús más lento para que el placer sea más largo. Mis mejores ideas para escribrir siempre las he tenido en algún medio de transporte.
Este libro lo tenía pendiente y después de tu opinión creo que me veré obligado.
Saludos
Espero que te guste, José Antonio, es un libro de ingestión rápida y digestión lenta. Yo amo las historias que, al acabarlas, te sorprendes recordando, porque han sido capaces de sembrar una duda mientras las leías.
Un saludo y bienvenido a este club.