Se necesita en Francia mucha firmeza y gran amplitud de espíritu para no aspirar a los empleos y destinos públicos, resignándose a permanecer oscurecido, metido en su casa y sin cargo que ejercer. Casi nadie posee suficiente mérito para representar este papel con dignidad, ni fortuna bastante para vivir sin lo que el vulgo llama los negocios. No falta sin embargo a la ociosidad del sabio más que un nombre mejor, y que meditar, hablar, leer y estarse tranquilo se llamara trabajar.
La semana pasada uno de mis ojos se puso a lanzar destellos extraños, sumergiéndome en un estado de vulnerabilidad desagradable, porque yo me manejo mal en la incertidumbre. No sé vivir en el desconcierto y en el no saber para qué ni a cuento de qué suceden las cosas. La casualidad hizo que eso pasara mientras mi mente se preocupaba de otra mirada y ocurrió además que me salvó alguien que, mientras lo hacía, se puso agorero y habló de todo lo malo que puede pasarme, como si encontrase placer en que yo me atemorizara. Pero resistí y él cejó en su pesimista empeño y se concentró en prestarme la ayuda que yo había ido a buscar.
Ahora que ya sé me siento mejor, pero me he visto obligada a dejar que pasen demasiados días sin otra ocupación que escuchar noticias de políticos que no hacen más que poner un obstáculo tras otro, como si estuviesen convencidos de que aunque todo estallase en mil pedazos ellos seguirían viviendo como si nada, entre un humo negro y denso, sin oxígeno ni sol, del mismo modo que ahora lo hacen sin ética ni moral. Es asombroso contemplar como nada les da miedo, parecen no conocer la historia. ¿Cómo hemos podido poner nuestro destino en tales manos?
A pesar de eso y de que este año ha tenido un inicio tambaleante, me resisto a creer en los malos augurios. Las noticias solo reflejan la realidad, la verdad es otra cosa.
También estos días he acabado, a trompicones, El libro de la señorita Buncle. A mí, al contrario de lo que le sucedía a Oscar Wilde (del que ayer estuve releyendo algunos relatos, os recomiendo especialmente El poeta en el infierno y La tentación del hermitano), me gustan las novelas de ingleses viviendo en la campiña inglesa, como solo en las novelas viven los ingleses en la campiña inglesa. Un trabalenguas muy acorde con el argumento: una mujer escribe un libro, sobre una mujer que escribe un libro, sobre una mujer que escribe un libro. No todos los escritores tienen que descubrirnos el mundo, aunque sea esa una tarea inevitable, porque incluso en esos supuestos ingleses campestres logré reconocer a alguien. Aún así, Stevenson me ha servido para abstraerme de la realidad de un ojo relampagueante y algunos oscuros políticos.
Yo sé que hay cosas que parecen imposibles y que la verdad es muchas veces más difícil de creer que la mentira, pero he releído un texto mío como si fuese de otra persona y me ha gustado. En realidad me parece más propio de ser suyo que de pertenecerme, hasta el punto de que os lo quería reproducir aquí, pero me parece que le traiciono si lo hago. Ha sido una sensación extraña y agradable, que me ha hecho reflexionar sobre la posibilidad de sacar del cajón algún relato propio.
Estas semanas, sin cine y sin poder apenas refugiarme en la lectura, he cogido fuerzas para rematar dos proyectos (siempre es mejor que la mente trabaje antes que la mano): uno es la web que ayer abrió mi amiga Patricia, que por fin hace unos meses se decidió a hacerme caso y buscar un lugar amplio, donde sus historias se encontrasen más a gusto. Me gusta mucho su forma de contar en voz alta, pero también la manera como expresa lo que piensa y siente por medio de historias escritas. En estos días, trabajando con ella codo con codo, he vuelto a experimentar la misma sensación de confianza y seguridad que pronto hará 20 años sentimos las dos, en medio de una vorágine de actividad, rodeadas de gente desquiciada y con algún que otro loco suelto, preparando la fiesta más grande jamás celebrada. Descubrí entonces su paciencia infinita y su casi musical falta de impostura.
Ha amanecido por fin y veo en el horizonte una semana plagada de cine y conversaciones, cafés y letras. Pero no recordaré este tiempo con amargura, porque estos han sido al fin y al cabo días vividos a cámara lenta, insípidos y tranquilos, como lo son siempre los que ocupan ese tiempo de vida que transcurre entre dos momentos importantes.
Y aquí estoy, a pesar de todo.
¡Feliz domingo, socios!
Y me alegro que estés por aquí. A veces la Vida te plantea retos que te perturban mucho … debe ser que estamos en «ese tiempo» …
¡feliz domingo¡ y no se te olvide cuidarte … ¡un beso!
La vida es, afortunadamente, imprevisible. Esos tiempos de sosiego son necesarios para coger nuevos impulsos ¡a mí me gustan! (sin rayos y truenos en los ojos, eso sí :-D).
¡Un abrazo fuerte, Juana!
¡Feliz domingo CON CASA NUEVA! Gracias, gracias, gracias. Digo yo, lo de la «falta de impostura casi musical» ¿no lo habrás percibido mientras por un oído veías estrellitas, como las del ojo?… Pues le estoy agradecida a todas tus estrellitas, las de ahora, las de antes, y las que vendrán. Que al parecer sí que son augurio de tiempos importantes. Doy fe. ¡Besos!
¿Qué otra cosa puedo decir, excepto que ha sido un placer y un honor? Un abrazo fuerte, Patricia. Nos vemos en las nubes (también).